16 de agosto de 2015

Charles Darwin navega el Paraná (1833) - Viaje de un naturalista alrededor del mundo

2 de octubre de 1833.- 
Cruzamos Coronda; los admirables jardines que la rodean hacen de ella uno de los pueblos más bonitos que he visto en mi vida. A partir de ese punto, hasta Santa Fe, el camino deja de ser seguro. El lado occidental del Paraná, subiendo hacia el norte, deja de estar habitado; por eso los indios hacen frecuentes algaradas y asesinan a todos los viajeros que encuentran. Por otra parte, la naturaleza del país favorece muchísimo para tales expediciones, pues termina la pradera y la sustituye una especie de bosque de mimosas. Pasamos por delante de algunas casas que han sido saqueadas y desde entonces permanecen desiertas: Vemos también un espectáculo que causa la satisfacción más intensa a mis guías: el esqueleto de un indio colgando de la rama de un árbol; aún penden de los huesos tiras de piel seca.



Llegamos por la mañana temprano a Santa Fe. Me llena de asombro el ver el grandísimo cambio de clima producido por una diferencia de 3  de latitud, nada más, entre esta ciudad y Buenos Aires. Todo lo evidencia: la manera de vestir y el color de los habitantes, el mayor tamaño de los árboles, la multitud de nuevos cactus y otras plantas, y sobre todo el número de aves. En una hora he visto media docena de aves que nunca vi en Buenos Aires. Si se atiende a que no hay fronteras naturales entre las dos ciudades y a que el carácter del país es casi exactamente el mismo, la diferencia es mucho mayor de lo que pudiera creerse.

Santa Fe es una pequeña ciudad, tranquila, limpia y donde reina buen orden. El gobernador López, soldado raso en tiempo de la revolución, lleva diez y siete años en el poder. Esa estabilidad proviene de sus costumbres despóticas, pues hasta ahora parece adaptarse mejor a estos países la tiranía que el republicanismo. El gobernador López tiene una ocupación favorita: cazar indios. Hace algún tiempo mató a 48 y vendió sus hijos como esclavos, a razón de 20 pesos por cabeza.

5 de octubre.-
Cruzamos el Paraná para dirigirnos a Santa Fe Bajada, ciudad sita en la opuesta orilla. El paso nos cuesta varias horas, pues el río consiste aquí en un laberinto de pequeños brazos, separados por islas bajas cubiertas de bosques. Tenía yo una carta de recomendación para un viejo español, un catalán, que me recibe con la mayor hospitalidad. Bajada es la capital de Entre-Ríos. En 1825 la ciudad contenía 6.000 habitantes, y 30.000 la provincia. Sin embargo, a pesar del corto número de habitantes, ninguna provincia ha sufrido más revoluciones sangrientas. Hay aquí diputados, ministros, ejército regular y gobernadores; por tanto, no es extraño que haya revoluciones. Esta provincia llegará a ser de seguro uno de los países más ricos de la Plata. El suelo es fértil, y la forma casi insular de Entre Ríos le da dos grandes líneas de comunicación: el Paraná y el Uruguay.
Me detengo cinco días en Bajada y estudio la geología interesantísima de la comarca. Hay aquí, al pie de los cantiles, capas que contienen dientes de tiburón y conchas marinas de especies extintas; luego se pasa gradualmente a una marga dura y a la tierra arcillosa roja de las Pampas con sus concreciones calizas que contienen osamentas de cuadrúpedos terrestres. Este corte vertical indica claramente una gran bahía de agua salada pura, que poco a poco se ha convertido en un estuario fangoso en el cual eran acarreados por las aguas los cadáveres de los animales ahogados.

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12 de octubre.-  
Tenía el propósito de ir más lejos en mi excursión; pero, no hallándome muy bien de salud me veo obligado a tomar pasaje a bordo de una balandra o  barco de un solo mástil, de unas cien toneladas, que zarpa para Buenos Aires. No haciendo buen tiempo, anclamos pronto el mismo día, atándonos a una rama de árbol al borde de una isla. El Paraná está lleno de islas destruidas y renovadas constantemente. El capitán del barco recuerda haber visto desaparecer algunas, de las mayores, formarse otras luego y cubrirse de rica vegetación. Esas islas se componen de arena barrosa, sin el más pequeño guijarro: en la época de mi viaje, su superficie estaba a unos cuatro pies sobre el nivel del agua; pero se inundaban durante los desbordamientos periódicos del río. Todas presentan el mismo carácter: están cubiertas por numerosos sauces y algunos otros árboles unidos por una gran variedad de plantas trepadoras, lo cual forma una espesura impenetrable. Estas espesuras sirven de refugio a los capibaras y jaguares. El temor de encontrar a este último animal destruye todo el encanto que habría en pasearse por estos bosques. En la tarde de este día, no había andado cien pasos, cuando noté señales indudables de la presencia del tigre; por tanto, me vi obligado a volver pies atrás. En todas las islas se encuentran análogas huellas; así como en la excursión anterior,  el rastro de los indios,  había sido el tema de nuestras conversaciones, del mismo modo esta vez sólo se habló del rastro del tigre.
Las frondosas márgenes de los grandes ríos parecen ser el retiro favorito de los jaguares. Sin embargo, se me ha dicho que al sur de la Plata frecuentan los cañaverales que rodean a los lagos; vayan donde fueren, parecen tener necesidad de agua. Su presa más frecuente es el capibara; por eso suele decirse que allí donde abunda este animal, no es  terrible el jaguar. Falconer afirma que junto a la desembocadura de la Plata hay muchos jaguares que se alimentan de peces, y testigos digno de fe me han confirmado este aserto. En las orillas del Paraná, los jaguares matan a muchos leñadores y hasta rondan a los buques durante la noche. He hablado en Bajada con un hombre que, subiendo al puente de su barco durante la noche, fue cogido por uno de esos animales; logró escapar, pero perdió un brazo. Cuando las inundaciones los expulsan fuera de las islas del río, se hacen peligrosísimos. Me han contado que hace algunos años un jaguar enorme penetró en una iglesia de Santa Fe. Uno tras otro, mató a dos sacerdotes que entraron en la iglesia; un tercer clérigo se libró de la muerte con las mayores dificultades. para lograr destruir a ese animal, fue preciso levantar parte de la techumbre de la iglesia y matarle a tiros. Durante las inundaciones, los jaguares causan grandes estragos entre los ganados y los caballos. Dícese que matan a su presa rompiéndole el pescuezo. Si se les aparta del cadáver del animal al que acaban de matar, rara vez vuelven a acercarse a él. Los gauchos afirman que las zorras siguen al jaguar gañendo, cuando vaga por la noche; esto coincide curiosamente con el hecho de que también los chacales acompañan de la misma manera al tigre de la India. El jaguar es un animal ruidoso; de noche deja oír continuos rugidos, sobre todo cuando va a hacer mal tiempo.

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El mal tiempo nos hace permanecer dos días anclados. Nuestra única diversión consiste en pescar para nuestra comida; hay peces de diferentes especies, y todos ellos buenos de comer. Un pez, llamado  el armado  (un  Silurus),  deja oír un ruido extraño como un rechinamiento, cuando se siente preso por el anzuelo; puede oírse ese ruido hasta cuando el pez está debajo del agua. Ese mismo pez tiene la facultad de coger con fuerza un objeto, cualquiera que sea (remo, caña de pescar, etc.), con las fuertes espinas que tiene en las aletas natatorias pectoral y dorsal. Por la noche tenemos una verdadera temperatura tropical; el termómetro indica 79  Fahrenheit (26ºl cent.). Estamos rodeados de moscas luminosas o de mosquitos; estos últimos son muy desagradables. Saco al aire la mano durante cinco minutos, y bien pronto queda cubierta por esos insectos; lo menos hay 50, chupando todos a la vez.

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15  de octubre.-  
Proseguimos nuestra navegación y pasamos por delante de Punta Gorda, donde hay una colonia de indios sometidos de la provincia de Misiones. La corriente nos arrastra con rapidez; pero, antes de la puesta del sol, el ridículo temor al mal tiempo nos hace echar el ancla en un pequeño brazo del río. Tomo la canoa y
remonto un poco esa caleta. Es muy estrecha, muy profunda y forma numerosos rodeos; a cada lado, un verdadero murallón de 30 ó 40 pies de altura, constituido por árboles enlazados unos a otros con plantas trepadoras, da al canal un aspecto singularmente tétrico y salvaje. Veo allí un ave muy extraordinaria, llamada Pico de tijera (Rynchopr nigra).  Este ave tiene las piernas cortas, los pies palmados, alas puntiagudas en extremo largas; es casi del tamaño de un estornino. El pico es aplastado, en un plano que forma ángulo recto con el que forma el pico en cuchara de las demás aves. Es tan plano y tan elástico como una plegadera de marfil; y la mandíbula inferior, contra lo que acontece en todas las demás aves, tiene 1 1/2 pulgadas más de longitud que la mandíbula superior.

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16 de octubre.-  
Pocas leguas más abajo de Rosario comienza en la orilla occidental del Paraná una línea de escarpes verticales que se extiende hasta más allá de San Nicolás; por eso, más bien parece estarse en el mar que en un río. Estando las márgenes del Paraná formadas por tierras muy blandas, las aguas son fangosas, lo cual
disminuye la belleza de ese río. El Uruguay, por el contrario, corre a través de una país granítico; así, sus aguas son mucho más claras. Cuando estos dos ríos se reúnen para formar el río de la Plata, durante largo tiempo se pueden distinguir las aguas de ambos por su matiz negro y rojo. Por la noche, el viento se hace poco favorable, sin embargo, como de costumbre, nos detenemos inmediatamente; al otro día reina un viento muy fuerte, pero con buena dirección para nosotros; sin embargo, el patrón está muy reacio para pensar en partir. Habíaseme dicho en Bajada que era un hombre difícil de emocionarse; no me engañaron, pues soporta todos los aplazamientos con admirable resignación. Es un viejo español establecido desde hace mucho tiempo en este país. Pretende ser muy amigo de los ingleses; pero sostiene que sólo obtuvieron la victoria de Trafalgar porque compraron a los capitanes españoles, y que el único acto de valentía ejecutado en aquella jornada fue el del almirante español ¿No es característico esto? ¡Un hombre que prefiere creer que sus compatriotas son los traidores más abominables a pensar que sean cobardes o torpes!

18 y 19 de octubre.- 
Seguimos bajando lentamente este río magnífico; la corriente no nos ayuda nada. Encontramos  muy  pocos barcos. Parece realmente desdeñarse aquí uno de los dones más preciosos de la naturaleza: esta magnífica vía de comunicación, un río donde por buques podrían relacionarse dos países, uno de clima templado y en el cual abundan ciertos productos mientras otros faltan por completo; otro con un clima tropical y un suelo que (a creer a M. Bonpland, el mejor de todos los jueces) quizá no tenga igual en el mundo por su fertilidad. ¡Cuán otro hubiera sido este río, si colonos ingleses hubiesen tenido la suerte de remontar los primeros el río de la Plata! ¡Qué magníficas ciudades ocuparían hoy sus orillas! Hasta la muerte de Francia, dictador del Paraguay, estos dos países permanecen tan separados cual si estuviesen en los dos extremos del globo. Pero violentas revoluciones, violentas proporcionalmente a la tranquilidad tan poco natural que hoy reina allí, desgarrarán al Paraguay cuando el viejo tirano sanguinario ya no exista. Este país tendrá que aprender, como todos los estados españoles de la América del Sur, que una república no puede sustituir en tanto que no se apoye en hombres que respeten los principios de la justicia y el honor.

[…]

Noviembre-.
Al cabo de quince días de verdadera detención en Buenos Aires, consigo por fin embarcarme a bordo de un navío que se dirige a Montevideo. Una ciudad sitiada es una residencia desagradable siempre para un naturalista, pero en el caso actual eran de temer además las violencias de los bandoleros que en ella habitaban. Había que temer sobre todo a los centinelas, pues las funciones oficiales que desempeñaban, las armas que llevaban de continuo, dábanles para robar un grado de autoridad que ningún otro podía limitar. Nuestro viaje es largo y desagradable. En el mapa, la desembocadura de la Plata parece bellísima; pero la realidad dista mucho de corresponder a las ilusiones que se han forjado. No hay grandiosidad ni hermosura en esta inmensa extensión de agua fangosa. En ciertos momentos del día, desde el puente del buque donde estaba, apenas me era posible distinguir ambas orillas, que son en extremo bajas.

[Extraído de Darwin, Charles, Viaje de un naturalista alrededor del mundo,Madrid, Akal, 1997]

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