19 de diciembre de 2015

Alicia Genovese: agua que enciende y quema

Dos nadadoras


María Inés Mato nadó las aguas
                        más frías del planeta;
cruzó el Beagle, el canal de la Mancha,
un estrecho impensable del mar Báltico.
Sin trofeos, ni estadios
sus travesías parecieron inventadas.
Bordeó el glaciar en paralelo,
en círculo la isla de Manhattan;
aguas que expulsan con su mezcla ácida,
raras aguas que entregan
su cauce de vértigo.
María Inés Mato eligió en lo abierto
mareas de montaña
y volcanes helados,
oleaje turbio del mundo sensible
cenizas, peces, barro.
¿Quién acepta una nadadora sin pie
o ese imposible desequilibrio?
Con una pierna menos y sin prótesis
entrenó como una disidente;
en el verso libre encontró ritmos,
palabras que sostuvieran el calor;
en la falta de gravedad del agua
se llenó de voces;
nadar es hablar con la respiración.
Al mar del sur le habló con la memoria
de las mujeres yámanas,
a bordo de sí, con la corriente
del cuerpo hizo canoa
para llevar el fuego a la otra orilla.
María Inés Mato unió el estrecho
que separa Malvinas. Brazada tras
brazada, de la guerra abre olvidos;
una huella de espuma, un puente blanco,
un rastro en el agua de los vencidos.
¿Quién acepta una nadadora sin pie
que explora las bajas temperaturas,
sin rayas marcadas ni andarivel,
en las olas de su propia ruptura?
Con aire, un mar en contra se horada.
Del agua helada dijo duele muchísimo
pero es una frontera,
un cruce, solo eso.
Sin traje de neoprene
se zambulló en los hielos antárticos,
la gorra de goma de los nadadores
emergió inédita entre los témpanos;
un video muestra el barco guía
y su continuo braceo
bajo el ancho vaivén de una gaviota.
Coordenadas desiertas
que borran cualquier marca.
Proezas hacia adentro
probadas con el pulso.
Si cada persona es su propio mapa,
el suyo traza líneas,
casi imaginarias.
María Inés Mato buscó aguas frías
mares renuentes a la aceptación,
nieve hendida del planeta  ¿o qué
callados, secretos límites cruzó?
                 ****** 


Una nadadora cruza las 103 millas
entre Cuba y Cayo Hueso,
sobre el atardecer encendido del mar Caribe;
desde un kajak alejan
a su alrededor los tiburones
con un aparato que emite ondas;
usa unas antiparras que permiten
la visión nocturna y a eso se limita
el despliegue tecnológico.
Cuando hunde la cabeza al nadar  sucede
lo que importa: el ser frente al obstáculo elegido
para probar que es.
Se llama Diana Nyad
y ya cruzó
desde Bahamas, batió récords.
Tiene 61 años y no se detiene
mas que para beber unos minutos
en el apuro de esa inmensidad.
Cuando nada parece no haber llorado nunca,
cuando nada parece que la melancolía no le hubiese roto
los deseos nunca.
Cuando nada la fuerza
no es solo atributo
de los dioses.
Pero la marea en contra la obliga a desvíos hirientes
mientras el agua brilla
como una autopista interminable en la lluvia,
como una hoja de filodendro agigantado por la lluvia
y el fracaso ahueca el aire
como un graznido.
Si abandona, la meta permanecerá, invisible
en la mañana después del cansancio,
en la noche anterior de la necesidad;
cuando crece la necesidad no hay sal, ni sed, ni sol
enceguecedor que melle
la voluntad de ir.
Pero ella nada ahora. Es dura, entrenó, bracea,
no se desgastó en lo inútil;
tiene 61 años y toda una vida de nadadora.
 
(del libro Aguas (Ediciones Del Dock, 2013)

 RESEÑA:
 
El último libro de Alicia Genovese abre un discurso poético sobre el elemento líquido primordial, que abraza un cuerpo a cuerpo con cada palabra escogida.


Alicia Genovese
Aguas
Ediciones del Dock

“Los nadadores de aguas abiertas/ hablan del agua, incansables...” Los dos primeros versos del nuevo libro de Alicia Genovese (Lomas de Zamora, 1953), organizado por pares de poemas secuenciados por haikus o aforismos o simplemente formas breves, dan el tono (abierto, enérgico, coloquial) de las series de textos que contiene. En ellos el agua, como ruta o como deriva, fija un recorrido cuerpo a cuerpo con la respiración y el aliento, ese motor oculto del poema, que reaparece regularmente, como la cabeza de un nadador de aguas abiertas. Heroínas de la natación como Diana Nyad o María Inés Matos, quien cruzó el canal de Beagle con el handicap de una pierna ortopédica (“¿Quién acepta una nadadora sin pie/ o ese imposible desequilibrio?”), célebres poetas nadadores (en el podio, Héctor Viel Temperley), alimañas marinas entrevistas en pesadillas televisadas, el cuerpo de una desaparecida encontrado en las playas de Santa Teresita, Tales de Mileto y la propia Genovese son algunas de las figuras que las aguas del libro rozan, salpican, entregan y envuelven.

“La presencia del agua no es algo nuevo en mi poesía –dice Genovese, con más de diez libros publicados–; aparece en ‘El borde es un río’, en ‘Puentes’, en ‘Los diarios del Delta’, de Química diurna, sólo que aquí lo hacen más francamente, como si yo misma hubiese encontrado mis aguas abiertas. Como voy al Delta seguido, el tema del agua siempre está ahí y aparecen poemas que hacen referencia a ella o que son el punto de partida de imágenes. La figura de María Inés Mato me llamaba mucho la atención, por el tipo de desafío corporal que implica y porque nunca se sabe bien con qué obstáculo tendrán que enfrentarse los nadadores de aguas abiertas. Me gusta ese modo de escribir donde parece que estoy contando un cuentito, tomo una escena o una breve narración, hasta que el poema empieza a girar y se desliza hacia otro lugar, hacia otro tipo de enunciado de realidad, otra dimensión menos esperable en una simple historia o una simple descripción, pero que está sujeto a ella.”

Si “nadar es hablar con la respiración”, escribir parece, en los poemas de Genovese, menos una cuestión de estilo libre aplicado al género que una disidencia sobre el ritmo y las palabras, una “conciencia constante del equilibrio” cuando el único punto de apoyo es el cuerpo en el “verano del río” o en las coordenadas inciertas del océano. “En diálogo con el agua tomo/ las mejores decisiones”; del desliz humorístico del verbo se infieren bocas blandas, surcos dejados por dioses y humanos, lagunas no imaginadas por Walden, el alcohol de la lluvia, lagos y ríos nacionales tapiados por latifundistas, zambullidas, incluso, en el curso intangible de la poesía: “Casi en el borde/ de su estética/ el poema concluye:/ la amenaza es un tiempo/ donde la muerte sucede./ En el bosque/ lo imprevisible,/ la belleza del desconcierto./ El poema desaparece”. Ensayista además de poeta, la autora describe en “Aguas” el desarrollo de un proceso que atraviesa lo general, el mundo de la historia y de la filosofía, lo abierto del lenguaje entendido como “agua del otro”, y alcanza la intimidad de “aguas que débiles/ pueden besar” y la orilla de lo propio, “como lluvia dulce sobre lo seco”.

Sobre la presencia de la historia en sus poemas, y de la historia argentina en función de las arremolinadas (cuando no oscuras) “aguas de la memoria”, Genovese puntualiza: “El poema dedicado a mi amiga Ana Bianco se refiere a la desaparición y al asesinato de su mamá, María Ponce de Bianco, que fue secuestrada junto con las monjas francesas y su cuerpo apareció en las costas de Santa Teresita. Hace relativamente poco fueron identificados los restos de María Ponce, me reencontré con Ana y de ahí el poema. Necesité hablar de eso, también para no permanecer en un locus amoenus, al modo de Garcilaso, en un lugar lírico puro e incólume. Hablar del agua trajo también esa realidad que nos costó tanto asimilar, una imagen de pesadilla y tan real sin embargo”.

(Daniel Gigena, Pagina 12, suplemento Las 12, 29 de agosto de 2014) 



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