9 de abril de 2016

Carlos Enrique Urquía - El hombre (1957)

Es el centro desnudo y exacto del paisaje
juega
a que está y vive
a que ha hecho su casa
y trabaja
y consiente la pared de las cosas
y averigua en la luna y la madera.

Hizo su paso
entre los duraznos de lana
y el bote como una hoja.

Ahí está
para siempre
guardando entre sus brazos
los llamados del agua viva del espinel

llevando en la cintura la constancia del hijo
escuchando
desenvolviendo su existencia sin tema
esperando la agonía espumosa de los ríos
está enredado en todo
enredado en la imagen de las islas mojadas
como se enreda el gato en el ovillo
enredado en los sauces
en el color más alto que el sol cuelga en las tardes
en muelles apilados como cajones
y olores
y herencias
y cosechas
en el amor que sube del muslo a la cadera
y en la muerte que vive en las uñas del aire.

Pero a veces no juega
a veces
se alborotan sus días de madreselva y músculo
se mueve su marea
como un crecimiento de agua y hierro

y deja un grito suelto en la harina del pájaro
y se crispan sus yemas
y se rompen las cáscaras del juego nauseabundo
y calza un mazo de islas en sus manos geográficas
y sacude los jugos del paisaje adhesivo
donde crece y respira su pecho eleental
porque a veces
no juega
y sostiene el dibujo hasta dejarlo quieto
y guarda en su camisa
los sonidos azules
que enamora la noche
más arriba del álamo.

Y me trae su voz
gruesa
llena de barro
del centro de las islas y del tiempo
como una cadena antigua
arrancada del fondo de los ríos.

Sabe que es la medida de todas las mareas
que por él es el año el junco y la mañana
que ha crecido en el mapa para andarlo y quererlo
y no tiene la culpa
pero tiene el pie y la semilla
y los ojos con chispas con anzuelos de fuego.

Él me trajo los diálogos del amor y el paisaje
las banderas del viento
la calandria de vidrio
el sudor de la especie de la vida que crece
el hornero construido
y la siesta colgada del calor de la tarde
me trajo los caminos que viven en el pie
la canoa mojada besuqueando la orilla
y el dorado estrellado en la luz de la espuma
y aquí
yo le devuelvo
estas islas salvadas
y esta palabra mía
crecida hasta la piel de su estatura.


 (extraído de Amistad en las islas, Buenos Aires, Editorial Americalee, 1957)

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