28 de diciembre de 2016

Cecilia Ferreiroa - Regreso a la isla

Hemos llegado. Las flores de la azalea están abiertas y llenas de luz, una luz rosa que encandila. El pasto está alto y la tierra mojada. Hemos llegado pero la gata no viene a recibirnos, o a pedirnos comida, con impaciencia y malos modos. Estamos en casa después de tanto tiempo. El Chaná corre silencioso hacia los Bajos, callando todo lo que se descompone y vive en su interior. El jacarandá que C. replantó está sin hojas, perdió algunas ramas, las de abajo. No es seguro que vaya a vivir en su nuevo lugar. La galería está como la dejamos, con el termo que nos olvidamos en el apuro o en el descuido de la partida. Siempre nos vamos como si nos persiguieran, desorganizados, confundidos. La camelia está florecida nuevamente, por segunda vez en el año. ¿O es que no dejó de florecer nunca en todo este tiempo? Los zorzales y los horneros comen por todo el jardín, picotean y miran de reojo, desconfiados, nuestro regreso. ¿Qué venimos a hacer acá?, parecen preguntarse. Y yo corro al rincón del techo donde duermen los caburés con temor de no encontrarlos. Los veo parados, uno al lado del otro, pegados y mirándome con las cejas levantadas. No soy bien recibida. Si me muevo, ellos mueven su cabeza, siguiéndome con la vista, amenazantes. Los primeros escalones de acceso a la casa guardan restos de tierra fina, olvidada por el río. Abro por fin la puerta. Está bastante oscuro y con olor a humedad. Una capa de moho cubre la mesa de la sala y la pinta de verde. En el piso yacen una docena de avispas, atrapadas dentro en lo repentino de nuestra partida. Un murciélago está recostado en un rincón del bidé, parece muerto pero cuando me acerco lanza un sonido agudo y vibrante. Las telarañas crecen por todos los rincones; decenas de arañas tiemblan en sus frágiles nidos ante mi mano que avanza con el plumero. Cuando lo paso y destruyo las telarañas ellas caminan a gran velocidad por la pared para salvarse. Huyen de mí y se esconden en pequeñas rendijas del techo. Estamos acá, después de tanto desearlo, con emoción, conmovidos por la belleza, que se aleja de nosotros. Por fin llega la gata. Nos escuchó y viene corriendo y gritando. Pide comida con desesperación y se refriega en nuestras piernas. La única criatura de este diverso mundo que se alegra por nuestro impensado regreso.

[FUENTE: https://revistacarapachay.com/2016/12/07/5/]

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