31 de enero de 2011

Juan L. Ortiz, poeta fluvial


Otra de las almas que pueblan habitualmente este modesto espacio virtual, el gran poeta entrerriano, nos regala nuevamente sus versos para seguir insistiendo en torno de la vida y las pasiones del río....
 

Este río, estas islas. . .


Para “comprender” este
paisaje habría que estar muerto. . .

Un poeta español

Mirábamos el río, las islas, este río, estas islas.
Dos o tres notas, sólo, que jugaban apaciblemente
hasta el infinito, sin elevarse mucho,
en el brillo matinal como de rocío persistente.
Una gracia quieta, quieta, de melodía algo aérea,
que se veía morir, sin embargo.
¿Fue eso, amigo, lo que te trajo el pensamiento de la muerte?
¿O esa paz que parecía, aunque suavemente ensimismada, querer alzar quién sabe qué vuelo en el celeste húmedo
hacia sutiles “ídolos de sol”?

[…]

¿Del aire o de los árboles, de esos árboles de las islas seríamos?
¿O del pasto recorrido de repente por un misterioso escalofrío de flores?
¿Del aire, qué cosa del aire, al fin, seríamos?
¿Un estremecimiento amanecido, como un oro interior,
entre las ramas todavía dormidas?
¿O una diáfana presencia ubicua de esta islas
palpitando igual que una dicha apenas visible sobre los bañados
y entre los pajonales y los juncos que algún espíritu roza
o mirando celestemente a través de los follajes
la humilde danza que empieza en los caminos y en las hierbas?

[…]

Del aire y de los árboles, sí, pero una mínima cosa seríamos, quizás.
Una mínima cosa ciega, como en el éxtasis del amor,
si a ese aire y a esos árboles en la llama o el polvo hubiéramos pasado,
o si llegase allí, ¿de dónde? una nada en no sabemos qué vibración.
¿Volverán algunos átomos a los lugares que fueron queridos?
Temblarán un minuto, un brevísimo minuto siquiera, sobre ellos o en ellos?
Ah, pero quizás como en el éxtasis del amor o de la música,
perdidos en la eterna corriente, una, que hace y deshace espumas,
estas espumas, ay, tan perfectas en su infinita gracia anónima
que desde aquí nos turba con un sentido que quisiera aparecer
sobre su extraño sueño,
mientras por otro lado o de nuestra misma sangre dolorida,
manos, manos nos llaman…

(De El aire conmovido, 1949, en Juan L. Ortiz, Obra Completa, Universidad Nacional del Litoral, 2005)

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