29 de noviembre de 2015

23 de noviembre de 2015

Dos poemas de Jacobo Fijman


Caía mi sueño en la otra soledad de los canales.
Regocíjate, niño, la presencia graciosa de la muerte
reparte en sombras alternadas el olor de los ángeles
levanta tus sordos desamparos.
Niño de paz,
han apagado las islas monótonas de los soles perfectos.
Niño de paz,
imito el mundo en mi sueño ajeno a la claridad.
Un silencio de música se apacienta en las torres.

(En “Hecho de estampas 1930)





Ventana

Muelle de invierno.
Pájaros retorcidos del alboroto.
Entre la niebla,
estertor de los puentes.
Las hélices de un barco remueven luz y brumas;
lloran los mástiles del viento.

Gozan olor de sol todas las lejanías,
caminos de miel
en que se pierden mis fatigas.

Alondras de mi pecho en la mañana
que llueve angustia.

¡No tienen árboles los muelles!
Se humedecen mis ojos y mis manos.

Y hay algo más que el ruido!
Una ventana
cerrada eternamente:
El silencio profundo sobre todos los puentes.


Jacobo Fijman (1898-1970)

fuente: http://pajarodemimbre.blogspot.com.ar/search/label/Jacobo%20Fijman

Vida y obra de Jacobo Fijman

Por Leonardo Iglesias

"Recuerdo que desde niño me llamaban 'el poeta'. Mi cuerpo, muy temprano se acostumbró a alimentarse del dolor". El 25 de enero de 1898, bajo los soles fríos de Besarabia (hoy Rumania) nacía Jacobo Fijman. El Imperio Ruso dura para él casi un lustro. En 1902 sus padres deciden emigrar a la Argentina. En un principio la familia trajina por el sur argentino. Más tarde se establecen en Lobos, provincia de Buenos Aires. En 1917 concluye sus estudios secundarios y se radica en Capital Federal. Ingresa en el Profesorado de Lenguas Vivas y comienza una profunda formación cultural. Se especializa en filosofía antigua, griego y latín. Además adquiere conocimientos en leyes y matemáticas. Su pasión por el violín y la música clásica lo acerca, en un primer momento, al compositor y violinista italiano Arcangelo Corelli, y luego, a la espiritualidad de los cantos gregorianos. La vida de Fijman fluctúa, pero los diversos nervios convergen en un solo músculo: su compromiso con la palabra.

El final de la década no es del todo próspera. Trabaja escasos meses como profesor de francés en el Liceo de Señoritas de Belgrano y hundido en un oscura crisis emprende un viaje por todo el país, donde se gana la vida como músico ambulante. Decide irse a donde lo lleve el hambre. Tiene 21 años. Sus primeros poemas ya tienen forma y estilo. El próximo paraje es el Chaco Paraguayo: allí se emplea como peón en un aserradero. A su retorno en 1920, Buenos Aires le tiende un solapado guiño, es ferozmente golpeado tras un confuso episodio en la puerta de la comisaría 4ta. Fijman suplica desde el suelo diciendo: ¡Soy el Cristo Rojo... no me peguen, no me peguen!, pero es detenido y llevado a la cárcel de Villa Devoto. Luego de una serie de improperios y de averiguaciones acerca de su vida privada es inmediatamente trasladado al Hospicio de las Mercedes. Ingresa el 17 de enero de 1921 y permanece hasta el 26 de julio del mismo año. Dentro del hospicio es sometido a castigos corporales y descargas de electroshock.

A su salida del hospicio Fijman enfrenta una cruda realidad. Sin embargo su fuerza poética puede con el desánimo y logra publicar una serie de notas en el semanario Mundo Argentino y en la revista israelita, Vida Nuestra.
En 1923 un grupo de escritores jóvenes encabezado por Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal, promueven la revista Martín Fierro, de arte y crítica libre. Tres años más tarde, Fijman es invitado por Marechal a unirse a los martinfierristas. El 1 de septiembre de 1926, publica Molino Rojo. Su primer libro de poemas, aparece en un momento de gran inestabilidad social y política. El título es inmediatamente asociado a los movimientos anarquistas y socialistas. Por el contrario, Fijman buscaba dos palabras que unidas representaran "esos estados del alma" - como le gustaba decir -, donde habitaban los fantasmas, el espanto de su internación dentro del hospicio y la abominable postración de un hombre que hallaba en la demencia un instancia poética muy superior a la de cualquier mortal
Camina. Cada tanto lo detienen las verdades. Impresionado por los maestros clásicos de la pintura religiosa y por la vuelta a la filosofía escolástica (Aristóteles), agudiza su crisis con el mundo real. Es entonces cuando Natalio Botana, director del diario Crítica, convoca a los mayores exponentes del grupo Martín Fierro y junto a Enrique Pichón Riviere, dan forma a las columnas de arte y cultura.

Surrealismo
Del otro lado del Atlántico, el surrealismo, surgido en 1924, está en su apogeo. París es el parnaso de la cultura. Poco antes de su viaje a Francia, Fijman relata: "Un presagio me inquieta: si el barco naufragara en el camino a Europa sufriría dos tragedias: el cambiarme las medias y lavarme la ropa". Desembarca en París junto a su amigo Antonio Vallejo y una noche conoce a varios de los precursores del nuevo movimiento. "Nos citamos para leer poemas, estaban Breton, Desnos, Eluard...". Pero su incipiente delirio místico lo distancia de los franceses. "Con Artaud nos conocimos en un café, en la Coupole. Estuvimos a punto de pelearnos. Yo me identificaba con Dios y Artaud con el diablo. Y el Conde de Lautréamont era un loco perverso. Se había entregado a los vicios y hacía con ellos poesía".
El largo viaje parece concluir y envuelto en una gran confusión teológica cruza nuevamente el océano. Vive en la indigencia. "Sus bolsillos abultados, llevaban un rosario, un catálogo que reproducía las vírgenes del Louvre, y algunas estampas de santos"- narra el escritor Juan Jacobo Bajarlía. En 1929, es bautizado y convertido al catolicismo. Ese mismo año publica su segundo libro Hecho de estampas, que es bien recibido. En la revista católica Criterio, Tomás de Lara destaca su figura y obra poética: "Hablamos de poetas, como el autor de este libro, que en una atención tensísima se revela eso, un poeta; pero su poesía no se percibe a la luz del sol, fuerte y femenina a la vez, como debe ser; sino escondida en un salón, agobiada de joyas, de metáforas, de conceptos, casi ocultada".
Al comienzo del '30, realiza un nuevo viaje a Europa, en un frustrado intento para ordenarse como sacerdote y hacer una completa vida penitencial. A su regreso escribe diversas notas en la revista católica Número, en la que se destaca Ciudades más ciudades, relato en el que expresa su encantamiento por una sobrina de Oliverio Girondo: "Mañana iré a Bruselas con González Cháves. Ciudades más ciudades y ciudades muertas sobre la imagen de las personas dinámicas. Pero de cualquier manera tengo que huir, huir de Teresa, de mi amor por Teresa".

En el transcurso de 1931, edita su tercer y definitivo libro, Estrella de la mañana (et dabo illi stellam matutinam). La Argentina es gobernada por la dictadura de José Felix Uriburu y la presencia militar en las calles es una constante. "El libro, corresponde a la época más oscura que he conocido en este país. La gente era perseguida de la manera prevista por el Apocalipsis".

Luego del cierre de Número, su situación económica se agrava. Vive en conventillos y por las noches toca el violín en tugurios para poder subsistir. Nadie sabe de él. "Cada vez que preguntaba por mi tío la respuesta que me daban era siempre la misma: `no sé'. Un día apareció fugazmente en el velatorio de su madre, creo que fue en el `33 o `34, no sé bien, y después nadie más supo de él" - recuerda hoy Natalia Fijman una de sus sobrinas, mientras sus ojos atraviesan los vidrios de un bar cualquiera de Buenos Aires.

El poeta se mueve sin saber muy bien a dónde va ni por qué. Sólo atesora entre sus manos, lo más importante que mantiene en pie su vida: los poemas y los dibujos que ha bosquejado en el camino.

El hospicio

En la primavera de 1942, la Policía Federal allana el altillo en el que solía pasar sus días. El Acta policial sentencia: "afectado de alienación mental". De allí lo conducen a Villa Devoto y luego al Instituto Neuropsiquiátrico José T. Borda (Buenos Aires), donde permanecerá hasta el día de su muerte. Según los médicos padece de una "psicosis distímica". Vive en la más absoluta miseria y la mayoría de los amigos de su generación lo han abandonado. Dentro del hospicio es ultrajado. Al respecto, Fijman ironiza: "Me aplicaron electroshock. Se ve que querían sacarme la enfermedad del cuerpo".

A pesar del estado de quietud mental al que lo someten, el poeta despliega toda su fastuosa inventiva en poemas sacros y dibujos en pastel. Va y viene. Se sienta. Dedica la mayor parte del día al estudio de los teólogos antiguos y a la lectura de otras disciplinas. "Yo he investigado el alma, también la psiquiatría. Y sé que los ciegos y los sordomudos son dementes. Que los muy ricos y los que llevan uniformes son dementes y peligrosos. Y que los que visten sotanas y se llaman hijos de Cristo son los más dementes, hipócritas y demoníacos de todos". Escribe y pinta, para echar a patadas a todos esos animales que ríen en su cabeza y no lo dejan dormir. Se para. Recorre los pasillos una vez más, sin saber muy bien en qué lugar dejó el barco lleno de piratas y dioses.

En el año 1948, Leopoldo Marechal lo incluye junto al pintor Xul Solar y al escritor Macedonio Fernández en su mítico libro, Adán Buenosayres. Aquel extraño habitante de la noche parisina, que volvía de sus largas caminatas con una crónica inusual sobre algún aspecto de la ciudad, era ahora Samuel Tesler, un personaje crecido en la fealdad y la sabiduría.

La segunda mitad del siglo viene arropado en penas. Por las mañanas concurre a la Biblioteca Nacional, en donde pasa horas meditando y leyendo poesía antigua. No tiene amigos, ni refugios. Todos los que lo han olvidado saben perfectamente que está loco. Que vive apasionadamente su amor por la Virgen María y que por las noches conversa con ángeles y demonios.

En el año 1958 asiste a la Sociedad Argentina de Escritores, donde aparentemente cobra una pensión tramitada en la entidad. Sus días se parecen a todos los días. Sale del pabellón. Baja hasta el salón principal. Se sienta frente a unas largas mesas y comienza a escribir o a pintar durante horas. Aunque es incluido en las Enciclopedias y colecciones de literatura Argentina, es cruelmente ignorado, y ningún escritor de su generación sabe a ciencia cierta dónde está.

Pecado original

A partir de 1968, la vida del viejo poeta, quedará marcada por la presencia del escritor y abogado Vicente Zito Lema, a quien Fijman concederá los más lúcidos conceptos sobre el arte y la locura y en quien depositará uno de sus máximos temores. "Sé que dentro de muy poco me voy a morir. Ya soy viejo y he sufrido lo suficiente. Pero tengo miedo de lo que me espera. No de la muerte porque ya estoy muerto en Cristo sino de que me abran la cabeza como hacen con todos los internos. ¡No quiero presentarme ante Dios cuando resucite con el cerebro dañado y chorreando sangre! Mi vida ha sido el estudio, la poesía, quiero estar hermoso digno. Además va a estar ella, la Virgen, la única que no se burló de mi amor, ni me rechazó".

Luego de una extensa lucha, Zito Lema es nombrado curador de Fijman, cargo que le permite llevarlo a vivir los fines de semana a su propia casa. En 1969, un grupo de personas, encabezadas por el joven tutor del poeta, edita el primer número de la revista Talismán (íntegramente dedicada a Fijman) y a mediados de año aparecen en la revista Extra, propiedad del periodista Bernardo Neustadt, una serie de notas firmadas por el propio Fijman.

La dictadura de Onganía agoniza, la idea de una Argentina más próspera es sólo una ilusión y la violencia recrudece. Al año siguiente, Fijman es invitado al programa de televisión "La Ciudad Creadora", emitido por Canal 7. Lo acompaña, entre otros el actor Federico Luppi. En un momento dado sucede algo impensado. Fijman alza la vista, acaso como si hubiera visto la luna que tanto amaba, y dice: "Tengo que contar un secreto que llevo toda la vida conmigo". Las cámaras lo buscan, quieren el mejor plano. Hay expectativa, y como un golpe en pleno rostro, afirma: "todos los domingos, en misa, los sacerdotes comen mierda". El silencio recorre el estudio y la tensión se hace insoportable. El poeta acaba de propiciar la más fulminante declaración escuchada, por aquellos años, en un medio del Estado. Y lo sabe. Como también es consciente de que la muerte está a pasos de hacerle la última zancadilla "¿Se ocupará de mi cuando muera? Sáqueme a toda prisa de la morgue. No dejen que me destrocen. ¿Me lo promete?"- le suplica a su amigo Vicente Zito Lema.

"Poeta", Jacobo Fijman: así lo registran las necrológicas de los diarios de diciembre de 1970. No dicen nada acerca de su vida dentro del hospicio. De sus huesos comidos por un montón de soledades. Que escribió y pintó infinidades de papeles y sueños. Que amó profundamente a la Virgen María. Y que un día decidió reencontrarse con los ángeles y los pájaros, con los que tanto había hablado. Tenía 72 años, tres libros publicados, un cuaderno con dibujos y lo puesto. Nada más.


Por Aldo Pellegrini

Las vivencias de la reclusión, los fantasmas de la locura, las angustias del apartamento constituyen los temas del primer libro de Jacobo Fijman (Molino Rojo), con una intensidad pocas veces alcanzada por la palabra.

Los poemas de "Hecho de Estampa" están iluminados por una luz esencial, única, insustancial y eterna. La Luz que descarna y penetra, que vuelve invisible lo falso, que hace transparentes las apariencias.

"Estrella de la mañana", a su vez, visitado por la obsesión de la muerte, por las búsquedas de su misterioso sentido. Es una suma de todos los significados, de toda la dimensión que adquieren las cosas y el hombre frente a la muerte. Todo está referido a ella y ella está presente en nosotros.

Y sus últimos poemas, los de la internación definitiva, alcanzan una calidad aún más compleja; son a la vez claros y herméticos, sobrios y densos, con una musicalidad plagada de extraños silencios. En ellos se encuentra la materia de todas las cosas, y de pronto adquieren un carácter profético que aparece siempre inevitablemente unido a toda verdadera poesía. Están como situados fuera de todo tiempo, y brota de ellos un soplo arcaico que parece destinado a remover esa permanente actualidad de lo eterno que yace sepulta en el interior de todo hombre. Aldo Pellegrini.

fuente: http://www.elortiba.org/fijman.html

17 de noviembre de 2015

El Delta Alucinatorio de Fermin Eguia


“Era muy agreste la cosa, puro matorral al bajar de la casa. Y a partir de cierta hora todo se ponía del mismo color: si dejabas una herramienta afuera, la perdías. Una mañana de mucha niebla, salí temprano al embarcadero y vi, entre la bruma, un cogote como de un metro de diámetro que aparecía y volvía a sumergirse en el agua, río arriba. Había mucha corriente, y el monstruo se fue acercando al embarcadero desde donde yo miraba paralizado. Hasta que, al pasarme enfrente, vi que era un árbol. Al rolar, las ramas producían ese efecto Loch Ness”. (Fermín Eguía)




Puestos a establecer genealogías más bien delirantes, podría pensarse a Eguía como el hijo descarriado de Molina Campos y Aída Carballo criado por Bobby Aizemberg. Con el acento en la palabra descarriado: es decir, imaginando además su temprana rebelión contra el hiperprofesionalismo de Molina Campos (por considerarlo mecánico), contra la prolijidad de Carballo (por el temor a caer en lo pueril) y contra la metafísica de Aizemberg (por el pavor a la solemnidad). La filiación no es del todo caprichosa: podría decirse que Eguía se crió adentro de uno de los almanaques de Alpargatas que hacía Molina Campos (viene de un campo cercano a Comodoro Rivadavia), fue presentado en sociedad por Carballo cuando acababa de recibirse en Bellas Artes y por esa época le partió literalmente la cabeza el laburo del grupo Fases (donde brillaba Aizemberg). Pero, como ya se dijo, hay que poner el acento en la palabra descarriado: después de un temprano encarcelamiento en Devoto en tiempos de Onganía, dejó la militancia en el MLN y aterrizó como peludo de regalo en una dependencia cartográfica estatal, donde se pasó nueve años dibujando y sombreando mapas. Con un premio De Ridder pudo comprarse una casa sin luz y sin agua, pero con amarradero propio en una isla del Tigre.

Separado, sin trabajo y con todo el tiempo del mundo a su disposición, Eguía se instaló allá a continuar con su saga paralela (por un lado, los utensilios domésticos con patas que representaban la vida propia de los objetos; y por el otro, las batallas de amor que despojaban de vida propia a sus hombres y mujeres). Pero en aquellas largas jornadas en el Tigre descubrió otro formidable escenario de paradojas silenciosas: puertas afuera, en el agua y la niebla y los pajonales del Delta. Vale la pena oír a Eguía hablar del Tigre: “Era muy agreste la cosa, puro matorral al bajar de la casa. Y a partir de cierta hora todo se ponía del mismo color: si dejabas una herramienta afuera, la perdías. Una mañana de mucha niebla, salí temprano al embarcadero y vi, entre la bruma, un cogote como de un metro de diámetro que aparecía y volvía a sumergirse en el agua, río arriba. Había mucha corriente, y el monstruo se fue acercando al embarcadero desde donde yo miraba paralizado. Hasta que, al pasarme enfrente, vi que era un árbol. Al rolar, las ramas producían ese efecto Loch Ness”. Dice Eguía que había animales distintos según las horas. “Tenías los del atardecer, que son los más plañideros; tenías la hora del murciélago, cuando salen a cazar y parecen pañuelos volando; tenías las culebritas que salen a buscar crías de anguila y las arrastran a la orilla porque en el agua no pueden deglutir; tenías las luciérnagas, que eran una cosa preciosa, con ese trazo de luz que van dejando en el aire como cuando ponés un palo al fuego y después lo movés. Me podía pasar horas mirando cómo se iba abriendo la crisálida de un alguacil hasta que aparecía el alguacil. ¿Sabías que se abre por la espalda, como el cierre de un vestido de mujer?”.
Esta clase de observaciones explica mejor que cualquier sesuda disquisición teórica el signo de los paisajes fluviales de Eguía, que se convirtieron en otra de sus marcas de fábrica precisamente por la vuelta de tuerca que supo darles: cargando de ironía o de ominosidad una escena idílicamente contemplativa. Mecanismo similar al que suscita la aparición de sus “nariguiles”, otra de sus marcas estilísticas (o, como él prefiere decir, su manera de “fabricar situaciones plásticas”) que también tiene su historia. “Es la manera en que los chicos ven a los mayores desde abajo: una nariz casi puro orificio, rodeada a lo sumo de orejas. La cosa se remonta a cuando era chico y mi hermana me leía cuentos, porque decían que yo era demasiado perezoso para leer solo. Yo me recostaba a su lado para escuchar, pero en vez de mirar al techo y prestar atención, terminaba mirándole la cara desde ahí y jugando con la idea de que el mentón era como una nariz al revés y que la cara era básicamente ese doble accidente.”
En algún momento de los últimos años, Eguía dejó de ser un secreto entre iniciados, un pintor para pintores. En algún momento, también, vendió aquella casa del Tigre y volvió a la ciudad. Lo que más extraña, dice, son los bichos. “En Buenos Aires se acabaron las luciérnagas. Por suerte, cuando sopla viento norte siguen apareciendo bichos raros, si estás en un plaza y mirás atentamente.”
(Juan Forn)







La metáfora, la parodia, la cita irónica, el humor, los recursos más valiosos e interesantes del arte erudito contemporáneo, con demasiada frecuencia se vuelven también tan enigmáticos que resultan indescifrables sin el auxilio de la palabra. ¿Hasta qué punto es necesario saber para poder ver? Esta es una cuestión que atraviesa de modo sostenido buena parte de las alianzas tanto como las polémicas (y disputas de poder) entre artistas, críticos y curadores en relación con el público de las obras de arte. En el caso de la obra de Fermín Eguía, sus imágenes pueden resultar bellas o graciosas o terribles, aun para el espectador menos entrenado o más distraído. Ofrecen una vía de entrada engañosa, en apariencia fácil y divertida, a cuestiones arduas que a veces se agazapan en ellas. Y aun cuando es frecuente que sus acuarelas, como los grabados y los emblemas antiguos, estén acompañadas de leyendas y títulos escritos a lápiz debajo de la pintura, la relación entre palabra e imagen en ellas escapa a lo previsible. Lejos de cerrar el sentido planteando una moraleja, aportan nuevos enigmas que atraviesan la imagen y la potencian.

“Es dibujante y es poeta y sonríe cuando se lo dicen”, escribió Aída Carballo en el primer catálogo de su discípulo Fermín, por entonces un joven de 23 años. Y él sigue siendo hoy dibujante y poeta: trabaja siempre con la palabra, la línea y el color para producir entre ellos atravesamientos que los tensan sin desbordar sus dominios.

En estos años tempranos del nuevo milenio se habla de un “regreso” a la pintura figurativa luego de vaticinios apocalípticos y sucesivos decretos de muerte. Es posible que de la mano de esa revalorización de la figuración pictórica por parte de nuevos contingentes de artistas jóvenes, la obra de Eguía establezca diálogos nuevos y adquiera resonancias inesperadas. Ella ha venido hablando durante cuatro décadas con voz menuda e incisiva. Son pinturas que no hacen “ruido”, susurran con bastante malicia, invitan a acercarse siempre un poco más y detener la atención.

Este artista que llegó a Buenos Aires desde el Sur profundo es, ante todo, un dibujante. La poética de su trazo es inconfundible, es dueño del arte de la invención. Los artistas plásticos, por otra parte, reconocen en él a un virtuoso de la técnica de la acuarela, exquisito y audaz en la exploración de sus posibilidades.

Eguía se mantuvo casi siempre dentro de los cánones convencionales de la pintura de caballete, figurativa y en general de pequeño formato. Vale decir: se ha valido siempre de unos medios expresivos que parecían cosa del pasado, restituyéndoles su capacidad revulsiva a partir pura y simplemente del despliegue de sus ideas en un lenguaje figurativo de gran originalidad. Y esa originalidad surge de la maduración de un estilo y una iconografía bien alimentados por un universo de citas, diálogos y evocaciones en permanente expansión y ebullición. Proliferan en su obra las citas literarias, filosóficas, históricas y poéticas, además del diálogo siempre renovado con un vastísimo repertorio de imágenes de la historia del arte de Occidente tanto como del Oriente: Bosch, Goya, Bruegel, Holbein, Botticelli, Piero de la Francesca, Delacroix. También Lacámera, Sívori, Schiaffino, Bacle y Rugendas. La pintura japonesa: Hiroshige, Hokusai, Utagawa, Toyokuni. Y muchos más. Max Ernst. Magritte, Dalí. Las droleries medioevales, las imágenes científicas del siglo XIX, fotos de los periódicos, viejas postales e ilustraciones de libros para niños, la caricatura, Hogarth. Los símbolos de la masonería y de la alquimia, Blake, Fusseli, Richard Dadd. Y los paisajes de Corot y los acuarelistas ingleses. Todo alimenta la usina iconográfica de Eguía y el resultado no se parece a nada. Es una mixtura compleja. No es conceptual, pues no tiene nada definitivo que plantear. Simplemente plasma sus ideas, reflexiones, ocurrencias, en su devenir, siempre con lucidez y sentido del humor.

Hay en la conciencia de Eguía un sentido de lo fatal, manejado por designios oscuros o –peor aún– por el azar inescrutable. No hay dioses poderosos en su mundo, más bien proliferan en él seres sobrenaturales pero mínimos, oscuras excrecencias de lo real que sufren de imagen a imagen, sucesivas mutaciones. Algunos de esos seres se transfiguran a lo largo del tiempo para llegar a lugares insospechados en el juego de la imaginación. Se diría que Eguía busca y encuentra la belleza pintoresca de lo monstruoso, y por esa vía llega en ciertos momentos a rozar lo sublime, aunque el terror se presente en dosis homeopáticas.

Ha creado una galería de seres –Vociferantes, Narices, Dientudos, unos mosquitos como helicópteros, unos cochecitos como coleópteros, unos Ayudantes como pulpos o arañas, panes, teteras y tazas de té a los que les crecen pies, manos, bocas– que irrumpieron casi todos bastante temprano en su galería de imágenes y se fueron quedando. Cada tanto reaparecen, se transforman o simplemente vuelven. Además se representa con frecuencia a sí mismo, sobre todo en los últimos años, a veces en escenas alegóricas o falsamente moralizantes, otras veces en actividades de alto voltaje erótico. También pinta paisajes, casi todos ellos del Tigre, en los que no es raro encontrar el despliegue de batallas, tragedias y comedias fabulosas entre criaturas desmesuradas.

Desde mediados de los años sesenta, cuando sus imágenes acusaban todavía la sutil influencia de Aída Carballo, Eguía construyó y sigue enriqueciendo un universo poblado de monstruos más o menos amigables, más o menos siniestros y reconocibles como indicios de lo real transfigurado, que instalan en el ámbito de lo cotidiano un chispazo sobrenatural. Su mirada desnaturaliza todo lo que le rodea, se muestra dueño de una gran capacidad para desarticular el universo de certezas en que se apoya nuestra existencia cotidiana. Escribe siempre, va “de la palabra a la imagen” tal como pensaba Aby Warburg un posible orden de inventario en la herencia cultural, y llega adonde la palabra no alcanza. Sus imágenes condensan un núcleo irreductible de sentido. Y ese sentido, mal que le pese al pretendido descreimiento de su autor, con frecuencia encierra una esperanza secreta de redención.

A primera vista no es un gran transgresor, y sin embargo sus obras problematizan los límites y parcelamientos a los que nos habituó una taxonomía “natural” de lo artístico. No busca (nunca buscó) inventar alguna nueva forma peregrina de vanguardia. Ni trans ni post ni neo vanguardia alguna lo ha seducido. En una acuarela de 1989 se representó a sí mismo como un soldado de otro siglo (“porque esos uniformes son bárbaros para seducir a las minas”), volando libre y estimulado por su musa, jugando “entre los fuegos de la bang y la transbang”.

La obra de Eguía elude las clasificaciones de estilo, escuela, movimiento, etc. Cuando, a mediados de la década del ’70, empezó a exponer regularmente, la crítica se mostró desconcertada, aunque en general elogiosa: se procuró ubicarlo en algún sitio entre la caricatura, el surrealismo, la ilustración y la pintura fantástica, en algún punto entre Hyeronimus Bosch y Molina Campos. Sin embargo, no es un solitario. Una coherencia profunda vincula a buena parte de los artistas argentinos que –como él– retomaron la pintura en los años de la última dictadura militar, pese al aislamiento en que muchos de ellos trabajaron, aquí o en el exilio.

“Sería como hablar del período azul de Daumier-Smith”, ironizó Fermín Eguía en nuestro primer encuentro, frente a la sugerencia de establecer un orden en su obra según series iconográficas o a partir de alguna evolución estilística. La ironía es su arma más poderosa y también –dirigida con frecuencia contra sí mismo– su escudo. La cita de J. D. Salinger es elocuente y tiene (creo) el valor de una advertencia: por favor, no buscar etiquetas, filiaciones célebres ni discursos estereotipados para mi obra. Tal vez quería explicar también una relación vital con el arte que tiene algo de inevitable y de crisis permanente. Más allá de toda ironía, no parece desacertado tener en mente ese consejo cifrado.
Aun así, sin la intención de dividirla rigurosamente en períodos ni traicionar su unidad fundamental, en el libro propongo una serie de capítulos para acercar la mira y distinguir diferentes facetas a lo largo de esa producción, según un criterio de géneros, temas y problemas. Es mi intención respetar, en buena medida, el orden en que éstos fueron haciendo su aparición aun cuando la mayoría de las criaturas de Eguía hayan llegado para quedarse.

Laura Malosetti Costa (Fragmento de su libro sobre Eguía (ediciones Artemúltiple)),





fuente de las imagenes: Atlas - Paisajes culturales del Rio de la Plata www.atlasarchivo.com.ar 
fuente de los textos: 
Juan Forn (en Radar 2002) 
(http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-503-2002-12-01.html) 
Laura Malosetti Costa (en Pagina 12 Espectaculos 2005)
(http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/6-1342-2005-12-20.html)

15 de noviembre de 2015

Sudeste Feria

Sudeste Feria La segunda edición del evento se realizará el próximo sábado 21 de noviembre, de 11 a 20 hs, en Rincón Distrito de Arte. Allí, los vecinos podrán disfrutar en familia y/o amigos de música en vivo, diseño, decoración y una amplia propuesta gastronómica, con entrada libre y gratuita.

Este fin de semana llega una propuesta distinta. Se trata de “Sudeste Feria”, un nuevo concepto de la mano de 9,37 Sudestada, un espacio pensado para el arte y las ideas en movimiento.

El evento tendrá lugar este sábado 21 de noviembre, de 11 a 20 hs, en Rincón Distrito de Arte, Anibal González 937, Tigre; con entrada libre y gratuita.

En él, los visitantes podrán disfrutar de música en vivo, una gran oferta gastronómica y comprar objetos de diseño y decoración, como forma de anticiparse a las compras de fin de año.
Para más información, contactarse a través del correo electrónico: sudesteferia@hotmail.com o por Facebook “Sudeste FERIA”.

Dos escultores prestigiosos en el MAT

Jorge Gamarra - Sol mineral, 2013
La convivencia de las esculturas de Sebastián y Jorge Gamarra en un mismo espacio de exhibición permite reflexionar acerca de las diversas posibilidades de la geometría en el arte contemporáneo. De esa manera, el Museo de Arte Tigre (MAT) se prepara para recibir el arte de ambos escultores, el próximo sábado 14 de noviembre, a las 18 hs, con entrada libre y gratuita para todos los vecinos del partido.
Sebastian - Esfera Cuántica Punto Cero

La exposición que reúne esculturas y maquetas, se podrá ver durante todo el verano, hasta marzo de 2016, año del décimo aniversario de la creación del Museo.

1 jorge gamarra y sebastian artistas Junto a la Fundación Villacero y la Embajada de México en Estados Unidos, se inauguró en el Museo de Arte la obra de los artistas Sebastian y Jorge Gamarra. Los vecinos disfrutarán de ambas exposiciones hasta marzo 2016; y con entrada libre y gratuita.

Al respecto, la directora del MAT, María José Herrera destacó: “En esta oportunidad, vemos la confluencia de dos artistas que trabajan con la geometría desde dos perspectivas diferentes, pero muy complementarios. Un mexicano, que es Sebastian y Jorge Gamarra, que es argentino dónde se da un diálogo entre escultores, una disciplina que cada vez está menos en su estado puro. Es una exposición que la apreciará todo tipo de público, porque se disfruta de las formas, los materiales y lo que ellas transmiten. Además, haremos muchos cursos, conferencias y talleres para que todos se interioricen y participar, sin importar la edad”.

El mundo de las formas que plantea Sebastian es el de las ideas, en el sentido platónico del término. Es de los cuerpo ideales, abstractos. Su base está en la matemática; y en sus obras convergen un gran número de conceptos científicos de la geometría no euclidiana y la física cuántica. Así, sus esferas son una reflexión sobre la relación entre el espacio y el tiempo, y exhiben los distintos estados de una forma en movimiento.

“Trabajo desde el año 1968 y hago un tipo de obra monumental urbana. Tengo muchos trabajos expuestos en el mundo; y en esta ocasión exhibo una investigación hecha con geometría cuántica y relacionada puramente con la matemática. Es estricta y racional, pero sin dejar de ser emocional, a través de 15 esferas que se pueden ver en este prestigioso Museo”, expresó el escultor mexicano, Enrique Carbajal más conocido como “Sebastian”.

Por su parte, las obras de Gamarra, también geométricas se anclan en el mundo terrenal. Sus “herramientas”, inspiradas en las prehistóricas, hablan de la habilidad que distingue al hombre: la de transformar su entorno mediante el trabajo. En relación a ella, Gamarra afirmó: “Quise vincular la obra de Sebastian con algo mío, por eso como el presentó esferas, yo aporté lo mío con círculos hechos por piedra. He participado varias veces con distintas muestras en el Museo de Arte Tigre, además el marco es maravilloso. Amo este lugar, mi abuelo vivía en el Delta y tengo muchas imágenes de niño cuando venir a pescar y pasaba las temporadas acá”.

Ambas muestras podrán verse hasta marzo del año próximo en los horarios habituales del Museo.
Más información en: www.mat.gob.ar

14 de noviembre de 2015