16 de marzo de 2012

Julián Gorodischer sobre Expedición Paraná Ra' Angá

El nombre: El nombre de la expedición, organizada por el Centro Cultural Parque España de Rosario, es Paraná Ra ' Angá, que en guaraní significa la figura del Paraná.
El trayecto: Partieron en varias lanchas del Tigre, el lunes 8 de marzo, con una veintena de artistas y científicos a bordo. Llegarán a Asunción, en la embarcación principal, el 31 de marzo.
La idea: Homenajear a historiadores y científicos que hicieron este trayecto en los últimos cinco siglos y ver qué queda de esos viajes en busca de conocimiento en la era del turismo.

Día 1. Remontamos el Paraná rumbo a Asunción como parte de una expedición (Paraná Ra'angá), que se inspira en "la tradición humboldtiana del viaje como instrumento de conocimiento y colaboración entre artes y ciencias", según la definición de Graciela Silvestri, organizadora junto con Martín Prieto, director del Centro Cultural Parque de España de Rosario. Integramos una comunidad constituida para esta ocasión por científicos y artistas abocados a estudiar el río y sus orillas, a tipificar sus pájaros y sus ruidos, a detectar -como me contó una historiadora del arte- si hay presencia de pigmento rojo de Misiones en la desembocadura del Paraná, a filmar detalladamente el paso diurno debajo del puente Zárate-Brazo Largo.

El signo de los adelantados, desde Ulrico Schmidl a Charles Darwin, sobrevuela la experiencia y lleva a sentir que es posible detectar, descubrir algo por primera vez, paradójicamente, mirando obsesivamente hacia atrás, asistidos por generosas bibliotecas digitales que alguien pone a disposición del resto. Hay poco margen para pensar en las antípodas posibles pero poco probables todavía: la desazón, el tedio, la zozobra.

Lo común, aquí, es que cada expedicionario se imponga una meta, que podrá o no traducirse en experiencia artística pero que aportará un orden cronológico y un relato lineal al conjunto de vivencias. Es cuestión -supongo- de tabicarse en un único o un par de focos para resistir al caos.

Me propongo: avistaje del bagre de los bigotes eléctricos -o pececito de la buena suerte-, de tentáculos en los bordes laterales de la barbilla, dador de bienestar y fortuna según sabias leyendas guaraníes. Son sus descargas, ese suave sacudón energizante, un espasmo gozoso, las que darán sentido y permitirán resistir con la mirada en lontananza y atención flotante, aún estando en una cubierta a pleno sol, en el medio del río, con mosquitos que se hacen sentir, ya mucho, ya feo, llegando al puerto de San Pedro.

Con Agatha Bóveda, la bióloga paraguaya que me ayuda a mirar por la ventanilla en el territorio virgen, nos abandonamos a la línea del horizonte, llamados por animalitos menos inasibles, como el ave de cola ahorquillada, o tijereta, a la que es frecuente ver en vuelo corto persiguiendo insectos. Es simple admiración por un vuelo cómico, interruptus, cambio abrupto de dirección y ritmo, cierta semejanza caricaturesca con la golondrina. Nos entretenemos con ella para no pensar en los días que vienen, quizá haya sensación de vacío.

Queda ya, a poco de empezar, el recuerdo de buenos ratos pasados en la cubierta contra el viento pero también preocupación -según nos contaron los especialistas de a bordo- ante el estado en que se encuentra la costa del delta cercana a la ciudad de Buenos Aires. Vimos riberas peladas, inmediaciones de countries y barrios privados, que sólo se separan de las aguas crecientes mediante unas pocas palmeras muy propias de Miami, distantes entre sí por unos 20 metros. "La costa talada no augura nada bueno", asumió el geógrafo Carlos Reboratti. Los implantes de pinos o eucaliptos no ayudan a robustecer el bosque: esos árboles no soportan la erosión de la costa.

Más adentro, vuelve el optimismo. Agatha imagina la posibilidad de avistar al difícil delfín franciscana, de color grisáceo, que se llega a ver rosado a través de las aguas turbias. Son delfines delgados, con aleta dorsal prominente, que entran y salen del agua, siempre en familia. En la medida en que nos alejamos de Buenos Aires, la satisfacción es mayor. Pero también quedamos colmados ante estímulos cada vez más corrientes: la imagen de la hoja alargada de un sauce que Agata juzga "carismático, lindo y atractivo". ¡El día que aparezca ese pariente cercano del delfín de agua dulce del Amazonas se producirá un milagro! Pocos lo acreditan, sin pruebas, en estas latitudes. Tal vez, mañana.

La huella de Ulrico Schmidl
Ulrico Schmidl, que había nacido en Baviera en 1509, fue uno de los expedicionarios que llegaron a nuestro territorio con Pedro de Mendoza. Asistió a la fundación de Buenos Aires y entre 1536 y 1537 formó parte, junto a un puñado de hombres, de la expedición Ayolas, que remontó los ríos Paraná y Uruguay y culminó con la fundación de Asunción. Poco después, exploró el Chaco y llegó hasta el Alto Perú. Schmidl pasó 20 años en América y de regreso en España, escribió las crónicas de sus expediciones. Conocidas como "Derrotero y viaje a España y las Indias, 1534-1554", sus crónicas poseen descripciones detalladas, que, muchos estudiosos sostienen, debieron basarse en las cartas enviadas a familiares durante su estadía en América. Por ellas se lo consideró como el primer historiador del Río de la Plata. Sus escritos dan cuenta de los esfuerzos de los colonizadores españoles por imponerse ante los pobladores originarios.

Día 9. Sigue el buen tiempo. Debajo, una profundidad de 39 pies. Avanzamos lentamente debido al viento; en Rosario, las Prefecturas de Paraguay y Argentina debatieron la salida de este barco, al que se le reportaron 32 fallas de seguridad.

La Prefectura argentina reclamaba un megáfono, 16 bombas de desagüe, más altura para el casco de una nave creada para andar en lagos y pantanos. "Completamente innecesario", se queja la señorita Jenny, hija del dueño de la nave, 'el poder real'.

En los puertos (acabamos de llegar a Santa Fe) nos esperan recorridos guiados, recitales y aplausos de un embajador, un gobernador, un intendente, pero también nostálgicos de la antigua usanza de ver llegar un barco con pasajeros. La ribera se va haciendo progresivamente agreste.

Se intenta repensar la antaño ruta conquistadora como ruta del intercambio cultural. "Pero el MERCOSUR debería funcionar", protestaba Graciela Silvestri, editora del proyecto y directora del casting, que incluyó hasta un ruidista para clasificar sonidos y silencios, en los dos días en que las prefecturas no se pusieron de acuerdo en la normativa. Por momentos, la línea horizontal de la costa verde demuestra la cercanía entre la felicidad y la angustia: la belleza que subyuga, a veces, enloquece. Río verde, verde cielo: continuum donde el único incidente es el camalotal, como éste ante mí: vegetales enredados en la superficie resistente, desafío de pericia para el capitán Benítez, que una vez juró ¬en el Río de la Plata¬ no subirse más a un barco.

La cortada Paraná Viejo ofrece una alternativa al canal principal, para ganarle tiempo al viento en contra sobre proa, se ralentiza el ritmo y pone en duda la llegada al acto oficial. El barco es como una inmensa boite de los años '80, revestida en madera, con las barras de bebidas devenidas estudios personales de los artistas.

Los expedicionarios enuncian sus utopías de descubrimiento, ecos de gran relato, quizá no descubrimiento, en fin, pero sí relocalización de las especies en zonas imprevistas. Se ven agrupamientos de dos, tres y cuatro artistas. El espíritu amablemente asambleístico rige para salir a nadar o inventar una criatura mitológica que, desde el arte, apadrine al río. Coco Bedoya (el artista plástico) diseña las partes de esa criatura multicéfala ¬tantas cabezas como brazos tiene el Paranᬠque dibuja en cada puerto, junto a Claudia Tchira (la arquitecta).

Las olas acunan al barco y, sin embargo, no sosiegan. Hay 36 artistas que, desde que zarpamos de Rosario, están inmersos en una fiebre productiva, la cual deriva en estímulos de todo tipo y en simultáneo: conversaciones casuales copan cubiertas, bares, el hueco de la pileta y se discute la teoría del arte y la geografía con el acaloramiento de un debate electoral.

Las olas adormecen con su música en sordina como una caricia de cuna y, en la vigilia, irrumpe el grito de un artista con el sueño de ese dios del Paraná que tendrá varias cabezas. Si esas nubes dan tormenta, habrá que fondear.

¡Me siento tan a gusto entre la proliferación de estructuras empotradas, desniveles, metal dorado, espejos, pura madera! La población del barco sigue buscando un ritmo: establece hitos, costumbres, hábitos; se empieza a cohabitar un espacio amplio pero hermético, con días íntegros dedicados a la travesía, sin Internet ni señal de celular. Bedoya estableció su mesa de trabajo arriba de un banquito.

María Moreno (la cronista), un escritorio sobre una valija. Se empiezan a usar los recursos disponibles para reproducir la costumbre y el ritual urbanos.

Mariano Llinás (el cineasta) le entrega el hilo narrativo de su documental a la filmación del río con el mismo punto de cámara, a la misma hora, en distintos días, buscando los matices de la uniformidad. Río verde, verde cielo, y así seguirá siendo.

"El río es rosa ¬se escucha desde una cubierta¬, totalmente rosa. Y el verde vuelve a la tierra roja. Las nubes son violeta, a veces rosa." Es Bedoya. Los artistas se entusiasman atribuyendo melodías y colores a las aguas, por ahora, mansas. Jorge Fandermole escucha "una superposición abigarrada" de fragmentos de Ramón Ayala. Ahora, por ejemplo, El pescador, de Aníbal Zampayo. Islas, de un lado y del otro, sin referencia al continente. La vegetación ya no nos guía. Ahora, frente a nosotros, la belleza del ceibo, que sintetiza al Paraná. Alto y corpulento, cuando su tronco es hachado, vuelve a florecer como un pequeño arbusto.

Como el río, se mantiene vivo en los hijos que le nacen, antes de desembocar.
[Fuente: Revista Ñ: http://edant.revistaenie.clarin.com/notas/2010/03/15/_-02159788.htm]

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