12 de septiembre de 2015

La Balada del Alamo Carolina - Haroldo Conti





Ciruelo de mi puerta,
si no volviese yo,
la primavera siempre volverá.
Tú, florece.
(Anónimo japonés)





Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo. Este  álamo  Carolina  nació  aquí  mismo,  exactamente,  aunque  el  álamo carolina,  por  lo  que  se  sabe,  viene  mediante  estaca  y  éste  creció  solo, asomó un día  sobre  esta  tierra  entre  los pastos duros que  la cubren  como una pelambre, un pastito más, un miserable pastito expuesto a los vientos y al sol y a  los bichos. Y él creyó, por un tiempo, que no iba a ser más que eso hasta que un día notó que sobrepasaba los pastos y cuando el sol vino más fuerte y tembló la tierra se hinchó por dentro y se puso rígido y sentía una gran atracción por  las alturas, por  trepar en dirección al cielo, y hasta sintió que había dentro de él como un camino, aunque todavía no supiese lo que  era  eso,  lo  supo  recién  al  año  siguiente  cuando  los  pastos  quedaron todavía más  abajo  y  detrás  de  los  pastos  vio  un  alambrado  y  detrás  del alambrado  vio  el  camino,  que  es  una  especie  de  árbol  recostado  sobre  la tierra con una rama aquí y otra allá, igual de secas y rugosas en el invierno y  que  florecen  en  las  puntas  para  el  verano,  pues  todas  rematan  en  un mechoncito  de  árboles  verdaderos.  Por  ahí  andan  los  hombres  y  el  loco viento empujando nubes de polvo. También ya sabía para entonces  lo que era una rama porque, después de las lluvias de agosto, sintió que su cuerpo se hinchaba en efecto aquí y allá y una parte de él se quedó ahí, no siguió más arriba, torció a un lado y creció sobre la tierra de costado igual que el camino.


Ahora es un viejo álamo carolina porque han pasado doce veranos, por  lo menos, si no lleva mal la cuenta. Ahora crece más despacio, casi no crece. En primavera echa las hojas en el mismo sitio que estuvieron el otro verano y por arriba brotan unas crestitas de un verde más encarnado pero al caer el sol se encienden como por dentro, pero él ahora no pretende más que eso, esa dulce luz del verano que lo recubre como un velo. Y dentro de esa luz está él, el viejo álamo, todo recuerdo. De alguna manera ya estaba así hace doce veranos cuando asomó  sobre  la  tierra y  crecer no  fue nada más que como pensarse. Sólo que ahora recuerda todo eso, se piensa para atrás, y no nace otro árbol. En eso consiste la vejez. Verde memoria.


No hay comentarios:

Publicar un comentario