Cuando se lleva una vida secreta y
retirada, cualquier pequeño incidente tiene la significación de un
cambio. En el taller estamos habituados a una constante soledad donde
sólo existen “nuestras cosas” y nos sorprende cualquier intervención del
“otro mundo”.
[FOTO: Facebook de Juan Bautista Duizeide https://www.facebook.com/photo.php?fbid=1302575476440996&set=a.475752545789964.109616.100000656674544&type=3&theater]
En estos días hemos recibido dos visitas:
el cliente aquel que recomendara Julio, y Adelita. En ambos casos los
chicos se portaron como indios aunque por motivos muy diferentes.
“El cliente”, como lo nombró Susana, resulta más espectacular y pintoresco que todo lo esperado.
Llegó casi a mediodía con todo el calor
de un sol rajante. Golpeó las manos furiosamente y, como nadie le
hiciera caso, abrió el portón y se metió en el patio. Desde mi ventana
vi un hombrecito regordete vestido como para lucirse en una rambla, que
agitaba los brazos para espantar al perro que le ladraba. Asomé la
cabeza y sin sospechar quién era le pregunté qué quería. Como tenía el
cuello muy corto le costó trabajo hablar hacia lo alto y lo hizo a
gritos, indignado.
-¿Quiere bajar de una vez? –me ordenó jadeando, después de cambiar dos o tres frases.
Sólo entonces ubiqué a la visita y descendí sonriendo por la maltrecha escalera.
Mi traje de trabajo en el verano es
bastante sintético: un short descolorido, una camisa que ha perdido los
botones, sandalias y un gorrito blanco de playa. Como había fundido
desde temprano, estaba tiznado de humo y el sudor me había trazado en el
pecho unas largas estrías grisáceas.
Mi facha le choco al caballero, porque dio unos pasos atrás como temiendo que lo manchara.
-¿Usted es Eduardo? –preguntó frunciendo unos labios gorditos.
-Sí.
-Me manda Julio Martínez…
-¡Ah!
Di unos gritos llamando a Miguel Ángel y
le hice traer una silla. Incómodo, mirando a todos lados, se sentó bajo
los sauces. Susana lo espiaba desde la casilla con el entrecejo
fruncido. Miguel Ángel lo miraba con una atención impertinente y allí se
hubiera quedado firme si yo no lo despacho al taller.
-¡Qué exótico! –dijo el cliente, con la misma entonación de vos con que hubiera dicho “que asco”.
Sonreí y directamente le pregunté qué deseaba.
Pero nuestro cliente –nuevo rico,
director de una banco oficial, etc. Etc.- era, como casi todos los
coleccionistas, un hombre que disponía de tiempo y hacía de la compra
una pequeña ceremonia. Por otra parte, me fue evidente que el pobre tipo
“no sabía lo que quería” y, de acuerdo con las leyes de la venta, yo
debía prepararle un rendezvous” para termina acertadamente el negocio.
Pero, naturalmente, me cuesta ser
sociable con personas que no conozco y en esta mañana de calor, cuando
sólo me apetecía un remojón en el río, malditas ganas podía tener de
parecer fino. Lo traté un tanto despectivamente.
-¿Pero usted tiene interés en trabajar? –me preguntó violento.
-Por supuesto, señor. Estoy a sus órdenes…
-Pues entonces… -se reservó el resto de su pensamiento.
-Entonces… -dije- le voy a mostrar algunos libros para que elija los modelos que le agraden.
Antes de que respondiera, le hice una
seña a Susana. Otra vez la visita tuvo que levantar la cabeza, ahora
para observar a la muchacha que me mostraba unos libros por la ventana.
-Esto parece un palomar –comentó el gordito.
-pienso lo mismo.
Susana bajó en cuatro saltos y me tendió una serie de láminas. Con una cortedad de campesina, no había mirado al extraño.
-Es mi ayudanta –expliqué-. Es cliente, Susana…
Ninguno dijo palabra. Se miraron azorados. Susana marchó a la cocina. De allí, con toda insolencia, me pregunto a gritos:
-¿Almorzará temprano?
-Si m´hija.
Los ojitos del cliente relampagueaban.
-Hermosa chiquilla –comentó impresionado.
-Aquí tiene señor.
Le amontoné en las rodillas los libros y las láminas.
-Elija. Y perdone.
Antes de que pudiera contestar lo dejé
plantado con su perplejidad. Fui al baño, me di una cucha y me puse un
pantalón y una camisa. Mientras tanto, charlaba con Susana. Las
observaciones de la chica me hicieron reír, pero para ella resultaba
doloroso comprobar que tipo de gente acumulaba esas obritas que con
tanto amor y minuciosidad realizábamos en el taller.
-Entonces… -me dijo compungida mientras me alcazaba el peine- nuestro trabajo no tiene sentido.
-Así es, efectivamente.
Quedó desconcertada.
-Y eso es feo.
-Estoy de acuerdo.
Sacudió la cabeza pensativamente y agregó:
-No puede ser…
Su pena era profunda y sincera. Mucho tiempo después seguía impresionada.
Cuando volví bajo el sauce comprendí
hasta dónde había llegado en mi desparpajo. El pobre gordito tenía la
expresión de un hombre que ha sido abandonado por su querida en medio de
una plaza. Hojeaba los libros sin ton ni son y miraba hacia el río con
nostalgia.
-¿Eligió, señor?
-No sé… –admitió abrumado.
Y entonces me confesó que recién se
iniciaba como coleccionista. No tenía una sola miniatura, pero le habían
tentado mis figuritas. Quería llenar una vitrina de tanto por tanto.
¿Qué podía aconsejarle?
Me compadecí. Superé mi desgano y le di
una larga charla. Era lo único que deseaba. Se animó, respondió
afirmativamente a todas mis propuestas y como consecuencia anoté un
pedido muy importante. Tan satisfecho se mostraba que temí perder una
hora todavía. Se me ocurrió una idea salvadora.
-¿No le interesa conocer el taller?
-¡Oh! Sí.
Pero cuando comprendió que necesitaba subir la débil escalera, lo asaltó un pánico incontenible.
-La verdad… -murmuró pestañando- es que estoy apurado. ¡Otro día, otro día! –y ya se dirigía hacia la calle.
Lo acompañé hasta el portón, huyó, para decir la palabra exacta.
-Salude a su ayudanta… -fue lo último que dijo y trepó a un inmenso automóvil que había estacionado frente a mi casa.
En cuanto estuve solo los chicos
emergieron de sus escondites y me acribillaron a preguntas. En la vida
del taller la irrupción del gordito fue un suceso singular. Creo que
gracias a su visita se acabó esa tonalidad fantástica que tenía hasta
entonces nuestra artesanía.
(…)
[FUENTE: https://revistacarapachay.com/2016/08/12/la-ribera-fragmento-por-enrique-wernicke/][FOTO: Facebook de Juan Bautista Duizeide https://www.facebook.com/photo.php?fbid=1302575476440996&set=a.475752545789964.109616.100000656674544&type=3&theater]
No hay comentarios:
Publicar un comentario