Yo no sé nada de ti…yo no sé nada
de los dioses o del dios de que naciste / ni de los anhelos que
repitieras / antes, aún de los Añax y los Tupac hasta la misma armonía /
Nevándote, otoñalmente, la despedida a la arenilla / no sé nada, ni
siquiera el punto en que, por otro lado, caerías / del vértigo de la
piedra bajo los rayos…
Así comienza el poeta Juanele Ortiz su
canto al río Paraná. Son 180 versos en los que dialoga con el caudal de
historia fluvial de su paisaje cercano, exponente de la geografía que
habitó y en la que construyó su obra. Los versos del autor entrerriano
fluyen como la misma corriente del gran río, y lo interroga desde todas
las incertidumbres humanas y esa voz se funde en las profundidades para
dar origen a una poesía deslumbrante.
Desde allí accedí al ámbito isleño. El
Delta para mí fue una resultante poética, y recuerdo perfectamente un
hecho epifánico en mi relación con este paisaje. Año 1990, recreo “El
tropezón”, donde se suicidara el poeta Leopoldo Lugones en 1934, allí
comenzó todo. Con mi mujer habíamos resuelto pasar un fin de semana en
la célebre hostería, era pleno invierno. Cada uno llevaría lecturas
preferidas para compartir con el otro en voz alta. No había calefacción
en las habitaciones y hacía más frío dentro de ellas que a la
intemperie. Por la noche nos acercamos a la orilla del Paraná de Las
Palmas, llevábamos un viejo farol de kerosene para alumbrarnos. Mi mujer
leyó un texto de Yourcenar, yo escogí “Fui al río”, de Juanele, que
empieza así: Fui al río y lo sentía / cerca de mí, enfrente de mí. /
Las ramas tenían voces que no llegaban hasta mí. / La corriente decía
cosas que no entendía… Luego de leer el poema completo arrojé al
agua las hojas de papel que lo contenían y el escrito se fue alejando
con la corriente.
Al poco tiempo, comenzamos a frecuentar
la casa isleña del poeta Alberto Muñoz, “El establo”, en el río Espera.
Fueron noches con más lecturas ante una vieja salamandra, en las que
descubrimos la poesía de Enrique Urquía, su Rama negra. Más tarde rescataríamos La cimbra y Amistad en las islas, obras que confluyeron junto a Sintaxis del Ibicuy en La islíada, un auténtico compendio de poética isleña, recién publicado en 2015.
También por esos años iniciamos nuestras
travesías en canoa, remontamos el río Salado, el Luján, navegamos los
cauces interiores del delta del Paraná y nos animamos a cruzar el Gran
Río. Luego de esta aventura con Muñoz escribimos Canción de Amor vegetal, publicado en 2006.
Todas estas circunstancias vincularon
inexorablemente las islas y el río con la poética. Conformaron mi acceso
personal a una región y a un paisaje. Cada cual resuelve su abordaje a
una geografía determinada. Mi opción se planteó a través de la poesía,
que operó como un auténtico motor fuera de borda, que en 2003 me condujo
a “La blanqueada”, una antigua casa isleña ubicada en el arroyo
Caraguatá y que compramos antes de que se derrumbara del todo.
La permanencia y la integración
definitiva con el hábitat que hasta entonces miraba de afuera, me llevó a
establecer un compromiso mayor con la región, y la necesidad de
compartir y expresar la experiencia con el río y el paisaje isleño. Fui
en busca de toda la literatura existente. El comienzo ineludible resultó
el uruguayo Marcos Sastre con su tesoro literario, El tempe argentino.
A la misma época, último tercio del siglo XIX, pertenecen las obras de
Domingo Faustino Sarmiento y M. Santiago Albarracín. Posteriormente
llegarían las evocaciones de Liborio Justo, Haroldo Conti y de una gran
cantidad de poetas que le cantaron al Delta durante el siglo XX.
La tarea de recuperación literaria, más
la investigación y las experiencias personales, dieron origen a una obra
escrita a cuatro manos junto a Alberto Muñoz, Tigre, que
publicamos en 2010. Durante cinco años trabajamos en ese libro de 500
páginas, con la intención de aproximarnos a una suerte de tratado isleño
polifacético, compuesto de poemas, historias, bestiarios, glosario y
apuntes.
Mi profesión de editor me llevó un poco
más lejos todavía, la isla ya no sólo me exigía habitarla, navegar sus
ríos y escribir acerca de todo eso. Sentí la necesidad de crear un
espacio particular para propulsar la literatura isleña y desde el sello
que dirijo, Ediciones en Danza, lancé “La biblioteca isleña”, el sitio
que con el tiempo irá recogiendo las obras de todos aquellos que se
refirieron a la región. En 2016 fueron publicados los tres primeros
títulos que inauguraron la colección: El Delta y su antigua fauna, de Félix de Azara; Aguafuertes deltianas, de Roberto Arlt; y Apuntes isleños,
de M. Santiago Albarracín. Aspiro a que año a año los títulos y autores
se vayan multiplicando. Esta nueva propuesta contó con el apoyo de dos
isleños de ley, habitantes de la Segunda Sección, la poeta y docente,
Marisa Negri y el artista plástico, Martino. Ambos llevan adelante,
junto a la directora Guillermina, la recuperación de la biblioteca
isleña Santa Genoveva, instalada en el arroyo Felicaria.
Podrá observarse que en mi caso no hay
forma posible de no vincular la isla con la literatura. Cada uno de los
abordajes a la región desemboca en más lecturas, más libros, más poesía…
A la vez, me enteré que existe un
proyecto que se está construyendo de a poco y que tal vez algún día
logre cristalizarse. Se trata de una antología que abarcará la poética
del río desde los albores de la patria. No dudo que en sus páginas
encontraremos la “Oda al Paraná”, de Manuel José de Lavardén; “El
carapachay”, de Martín Coronado; el “Poema de las islas”, de Raúl
González Tuñón; “Loa al Río de la Plata”, de Alvaro Yunque; “Río de la
Plata en negro y ocre”, de Alfonsina Storni; “Oda a los viejos y grandes
ríos”, de Ricardo Molinari; “Cuenca del Pata”, de Francisco Madariaga. Y
no debieran faltar decenas de apellidos ilustres que le escribieron a
los ríos de la región, Beatriz Vallejos, Oscar Hermes Villordo, Enrique
Wilcock, Ignacio Anzoáteguí, Alfredo Veiravé, Cristina Villanueva, hasta
llegar a los poetas contemporáneos más recientes, Diana Bellessi,
Alicia Genovese, Miguel Gaya, Ana Lia Schifis y Marisa Negri, entre
tantos otros.
Por cierto, en la isla encontramos
habitantes, permanentes o esporádicos, que valoran su particular
naturaleza. Los centenares de ríos, arroyos y canales convierten al
territorio en una superficie móvil, susceptible a transformaciones
constantes. Están los que eligen esta zona como lugar de esparcimiento
náutico. Están los paseantes que disfrutan los recreos de Tigre y
contemplan el encanto de los anocheceres, o sus amaneceres neblinosos.
También están los que se acercan a esta zona para la práctica de la
pesca deportiva. En fin, las opciones de acercamiento al delta son
múltiples… A todas ellas les agrego la que elegí por convicción y
belleza y que comparto con tantos amigos: la poética. Fue la que más me
sedujo, la que logró atraparme para siempre a este paisaje de infinita
riqueza que nunca abandonaré.
[FUENTE: https://revistacarapachay.com/2016/08/12/el-delta-y-su-poetica-por-javier-cofreces/]
No hay comentarios:
Publicar un comentario