El paisaje vuelve a ser motivo de inspiración
Luego de
cuatro años de trabajo casi forzado en la intimidad del taller, el grupo
Mondongo (Juliana Lafitte y Manuel Mendanha) se apresta a
exhibir "Paisaje", una instalación de dimensiones colosales en
el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. "Paisaje" marca un
cambio en el estilo que distingue a los artistas. Si bien la plastilina sigue
siendo el material predominante, el volumen determina nuevas cualidades
escultóricas en un extenso friso cuya profundidad es de 10 centímetros y que
tiene de 45 metros de extensión divididos en 15 paneles de 3 metros por 2 de
altura.
La historia de este paisaje comienza en el año 2009, con un viaje de los artistas a un campo de Entre Ríos, y con la conmoción que provoca el encuentro con la naturaleza intocada. De repente, una tarde de verano, Lafitte y Mendanha conocen un territorio junto al río Uruguay, observan el monte en estado salvaje y miran la espesura con los mismos ojos sorprendidos de los antiguos pintores viajeros. El descubrimiento del cauce de un río seco y las formas enmarañadas que dibujan las raíces de los árboles al desnudo, porque el agua se ha retirado, quedaron grabadas en su memoria, al igual que las visiones de los troncos reclinados sobre la tierra por las inundaciones y los crecimientos erectos de las nuevas ramas que apuntan de vuelta hacia el cielo.
La medida monumental de la obra que comenzaron a bosquejar entonces, es equivalente a la intensidad de la experiencia, a las avasallantes sensaciones y la emoción deparada por ese contacto revelador con la naturaleza. "Es una geografía exuberante, arrolladora, que te envuelve, deslumbra y confunde", sostienen los artistas. Una y otra vez volvieron al lugar. Acaso fue durante esos viajes que ambos sintieron el país, nuestro país, como algo propio. En el taller los libros de historia argentina están más cerca de sus manos que los de arte.
El río que pintaron es el mismo que eligió Solís para navegar; la tierra es la misma que habitaron las tribus nómades y seminómadas que no se alejaban mucho de la franja ribereña y que, como señala Juan José Saer, "fueron borradas de la faz de la tierra".
El teórico Kevin Power, curador de la muestra, advierte en una larga entrevista que "Manuel y Juliana han encontrado su propia manera de abordar el genero, el paisaje". Agrega que los artistas no pretenden reiterar las expresiones que a través de la historia del arte inspiró el paisaje, sino que "hacen lo que siempre han hecho: actuar y reaccionar". Y agrega: "Siempre se han empeñado en su libertad para no atarse a un lenguaje o estilo, dirigiéndose al mundo a través de ideas, oportunidades e imágenes que han proporcionado energía momentánea a sus propias experiencias. Sus versiones nos abruman por una presencia inmediata que ellos mismos han tenido que sentir. Hay una sensación de pavor y asombro, de misterio y espiritualidad: un sentido de sorpresa ante el tejido de tensiones del mundo". Power retrata la perplejidad que provoca la obra y, a la vez, destaca la potencia de esa expresividad liberada de cualquier límite. Para transportar sus percepciones a una instalación, los artistas se adueñaron de la fuerza, inspiración y seguridad en sí mismos que los impulsó en estos años y que nunca habían poseído.
En las diversas zonas del paisaje están las representaciones de la vida y la muerte, las sensaciones que depara la belleza, el temor y la incertidumbre y, sobre todo, el despertar de un sentimiento casi ancestral de amor por la tierra y por lo nuestro.
Si bien la obra no es un muestrario de citas, la cultura visual de Lafitte y Mendanha queda en evidencia durante todo el recorrido. Allí está, para comenzar, el legado de "Los Nenúfares" de Monet desplegado en la sala oval del Museo de la Orangerie, una pintura que introduce al espectador en el interior del paisaje. El paseo por esos 45 metros se inicia con el agreste cauce seco y termina con la imagen de la costa del río Uruguay anegada por una crecida, con los pastizales asomando entre charcos que brillan como espejos.
La trayectoria moviliza la memoria del espectador que asocia la obra a aquellas imágenes que pueblan su inconciente visual. Los recuerdos son como ráfagas. Así aparece el recuerdo de Corot y la Escuela de Barbizon, los paisajes de Constable o de Poussin y la fascinación por la naturaleza de los románticos alemanes. Hay abiertas referencias al dripping de Pollock, a las abstracciones de Rothko y a diversos sucesos o dramas contemporáneos, como el par de zapatillas mimetizadas con el paisaje que evocan la noche trágica de Cromagnon. La desconcertante oreja mutilada del inicio de "Blue Velvet" de David Lynch asomando entre la vegetación, abre camino a un abanico de interpretaciones. Los artistas no plantean ninguna respuesta, generan interrogantes que desembocan -como un correlato del paisaje-, en el torrente caudaloso del sentido.
Volumen
La plastilina está trabajada como arcilla pero la diversidad de procedimientos es compleja, al calentarla el material adquiere cualidades semejantes a las del óleo. Los motivos de esas pinturas voluminosas recuerdan los paisajes de la selva del suizo Adolfo Methfessel quien llegó en 1864 el Río de la Plata, recorrió la Argentina de norte a sur y dejó testimonios de la riqueza extraordinaria y las soledades infinitas. Mendanha advierte, sin embargo: "Toda belleza que podamos encontrar en un paisaje, cualquier pasaje de color, escena idílica, atmósfera poderosa, cada traspaso tonal delicado o profundidad espacial, puede ser tan solo nuestra proyección, se puede apagar en cualquier momento, sólo para revelar el horror o la fealdad atroz y sumergirnos en miedos inesperados".
Si la melancolía romántica tuvo su origen en los cambios producidos por los imparables avances de la Revolución Industrial, los sentimientos que hoy suscita el "Paisaje" están estrechamente ligados a las modificaciones que impone el crecimiento de la tecnología en un mundo donde ya no quedan espacios en estado virgen. "La forma en la cual nos relacionamos con los recursos brindados por la naturaleza nos define", observan los artistas, conscientes de los tesoros que posee todavía la Argentina y que se degradan o se escapan como el agua entre las manos. De este modo, a través de la grandeza de un paisaje el arte ingresa en el territorio de la ética y la moral. Sencillamente, la visión de esas comarcas despierta en el que mira dudas sobre el destino de ese pequeño y hoy impenetrable universo, único en un mundo uniformado por el cemento.
La historia de este paisaje comienza en el año 2009, con un viaje de los artistas a un campo de Entre Ríos, y con la conmoción que provoca el encuentro con la naturaleza intocada. De repente, una tarde de verano, Lafitte y Mendanha conocen un territorio junto al río Uruguay, observan el monte en estado salvaje y miran la espesura con los mismos ojos sorprendidos de los antiguos pintores viajeros. El descubrimiento del cauce de un río seco y las formas enmarañadas que dibujan las raíces de los árboles al desnudo, porque el agua se ha retirado, quedaron grabadas en su memoria, al igual que las visiones de los troncos reclinados sobre la tierra por las inundaciones y los crecimientos erectos de las nuevas ramas que apuntan de vuelta hacia el cielo.
La medida monumental de la obra que comenzaron a bosquejar entonces, es equivalente a la intensidad de la experiencia, a las avasallantes sensaciones y la emoción deparada por ese contacto revelador con la naturaleza. "Es una geografía exuberante, arrolladora, que te envuelve, deslumbra y confunde", sostienen los artistas. Una y otra vez volvieron al lugar. Acaso fue durante esos viajes que ambos sintieron el país, nuestro país, como algo propio. En el taller los libros de historia argentina están más cerca de sus manos que los de arte.
El río que pintaron es el mismo que eligió Solís para navegar; la tierra es la misma que habitaron las tribus nómades y seminómadas que no se alejaban mucho de la franja ribereña y que, como señala Juan José Saer, "fueron borradas de la faz de la tierra".
El teórico Kevin Power, curador de la muestra, advierte en una larga entrevista que "Manuel y Juliana han encontrado su propia manera de abordar el genero, el paisaje". Agrega que los artistas no pretenden reiterar las expresiones que a través de la historia del arte inspiró el paisaje, sino que "hacen lo que siempre han hecho: actuar y reaccionar". Y agrega: "Siempre se han empeñado en su libertad para no atarse a un lenguaje o estilo, dirigiéndose al mundo a través de ideas, oportunidades e imágenes que han proporcionado energía momentánea a sus propias experiencias. Sus versiones nos abruman por una presencia inmediata que ellos mismos han tenido que sentir. Hay una sensación de pavor y asombro, de misterio y espiritualidad: un sentido de sorpresa ante el tejido de tensiones del mundo". Power retrata la perplejidad que provoca la obra y, a la vez, destaca la potencia de esa expresividad liberada de cualquier límite. Para transportar sus percepciones a una instalación, los artistas se adueñaron de la fuerza, inspiración y seguridad en sí mismos que los impulsó en estos años y que nunca habían poseído.
En las diversas zonas del paisaje están las representaciones de la vida y la muerte, las sensaciones que depara la belleza, el temor y la incertidumbre y, sobre todo, el despertar de un sentimiento casi ancestral de amor por la tierra y por lo nuestro.
Si bien la obra no es un muestrario de citas, la cultura visual de Lafitte y Mendanha queda en evidencia durante todo el recorrido. Allí está, para comenzar, el legado de "Los Nenúfares" de Monet desplegado en la sala oval del Museo de la Orangerie, una pintura que introduce al espectador en el interior del paisaje. El paseo por esos 45 metros se inicia con el agreste cauce seco y termina con la imagen de la costa del río Uruguay anegada por una crecida, con los pastizales asomando entre charcos que brillan como espejos.
La trayectoria moviliza la memoria del espectador que asocia la obra a aquellas imágenes que pueblan su inconciente visual. Los recuerdos son como ráfagas. Así aparece el recuerdo de Corot y la Escuela de Barbizon, los paisajes de Constable o de Poussin y la fascinación por la naturaleza de los románticos alemanes. Hay abiertas referencias al dripping de Pollock, a las abstracciones de Rothko y a diversos sucesos o dramas contemporáneos, como el par de zapatillas mimetizadas con el paisaje que evocan la noche trágica de Cromagnon. La desconcertante oreja mutilada del inicio de "Blue Velvet" de David Lynch asomando entre la vegetación, abre camino a un abanico de interpretaciones. Los artistas no plantean ninguna respuesta, generan interrogantes que desembocan -como un correlato del paisaje-, en el torrente caudaloso del sentido.
Volumen
La plastilina está trabajada como arcilla pero la diversidad de procedimientos es compleja, al calentarla el material adquiere cualidades semejantes a las del óleo. Los motivos de esas pinturas voluminosas recuerdan los paisajes de la selva del suizo Adolfo Methfessel quien llegó en 1864 el Río de la Plata, recorrió la Argentina de norte a sur y dejó testimonios de la riqueza extraordinaria y las soledades infinitas. Mendanha advierte, sin embargo: "Toda belleza que podamos encontrar en un paisaje, cualquier pasaje de color, escena idílica, atmósfera poderosa, cada traspaso tonal delicado o profundidad espacial, puede ser tan solo nuestra proyección, se puede apagar en cualquier momento, sólo para revelar el horror o la fealdad atroz y sumergirnos en miedos inesperados".
Si la melancolía romántica tuvo su origen en los cambios producidos por los imparables avances de la Revolución Industrial, los sentimientos que hoy suscita el "Paisaje" están estrechamente ligados a las modificaciones que impone el crecimiento de la tecnología en un mundo donde ya no quedan espacios en estado virgen. "La forma en la cual nos relacionamos con los recursos brindados por la naturaleza nos define", observan los artistas, conscientes de los tesoros que posee todavía la Argentina y que se degradan o se escapan como el agua entre las manos. De este modo, a través de la grandeza de un paisaje el arte ingresa en el territorio de la ética y la moral. Sencillamente, la visión de esas comarcas despierta en el que mira dudas sobre el destino de ese pequeño y hoy impenetrable universo, único en un mundo uniformado por el cemento.
Martes 14 de Mayo de
2013
Por: Ana Martínez Quijano
Fuente: Ámbito financiero Online [http://www.ambito.com/diario/]