La
obra de Diego Oxley (Rosario, 1901 - Santa Fe, 1995) representa el paso
del costumbrismo de la década del 20 al realismo social que caracterizó
a los grupos literarios representativos de la década del 40. Los
relatos de "Soledad y distancias", al igual que otros del mismo autor
-como los incluidos en "Quebrachos", 1947; "El dolor de la selva", 1950;
"Cenizas", 1955; "Agua y sombra", 1958 y "Las aguas turbias",
antología, 1975- articulan elementos documentales sobre la vida del
hombre de la costa y referencias a la problemática social, y se imponen
no sólo por su vigor narrativo sino porque exhiben el fondo metafísico
que recorre toda su obra, constituida además por los géneros novela
("Teutaj", 1952; "Tierra arisca", 1955; "El remanso", 1956) y teatro
("Se borran las huellas", 1956). Su calidad literaria permite recortar
claramente la figura de Oxley en el panorama de nuestras letras.
La
trayectoria personal de un escritor es siempre una trayectoria
socialmente inscripta y a través de ella el creador hace su experiencia
del mundo natural y social. Dice el autor: "No sólo no se puede
prescindir de la experiencia necesaria ni del profundo conocimiento de
los elementos que el escritor toma para sus creaciones, sino que además
de haberlos sentido debe haberse emocionado (ante ellos)". Sus textos
revelan inicialmente una experiencia del mundo aportada por su periplo
personal como maestro rural en el Chaco Santafesino y gran conocedor de
las islas del Paraná Medio, experiencias sin duda trabajadas en el
momento de la producción literaria. Cabe señalar además que, luego de
recorrer las zonas mencionadas debido a su tarea docente, Oxley se
radicó en la ciudad de Santa Fe, donde se desempeñó como periodista en
el diario El Litoral.
En el exhaustivo prólogo de la reedición que
nos ocupa, titulado con acierto: "Oxley, una moral en el territorio de
la derrota", Carlos Roberto Morán ubica la obra de Oxley en el contexto
cultural de su época al afirmar que "Horacio Quiroga, el realismo
social, hasta el radioteatro, tan propio de la época en que transcurre
la gran mayoría de sus historias -décadas del 40 y 50, comienzo de los
60- «subyacen» en los textos. El primero porque había hablado antes, en
sus relatos, sobre personajes y situaciones similares; el segundo, en
cuanto género, porque las narraciones de Oxley son legítimas
representantes de una época testimonial en la que aparecen otros nombres
con preocupaciones estéticas (y éticas) similares, por ejemplo, Luis
Gudiño Kramer. En cuanto al radioteatro (...) aquí se lo referencia en
cuanto a las historias que contaba, signadas por la adversidad y el
destino aciago".
Naturaleza salvaje y comunión cósmica
En
sus relatos, Oxley incorpora esta temática que representa una doble
realidad significativa: la del hombre (el isleño, el habitante rural) y
la de la naturaleza (la isla, el monte). La relación del hombre con la
naturaleza obedece a la vez a una doble vertiente: la comunión cósmica
-que se construye de modo recurrente en torno de la figura emblemática
del río- y el determinismo de un paisaje salvaje, e implica por lo tanto
la posibilidad de armonía y desarmonía, a través de un doble juego de
naturaleza protectora-naturaleza devoradora.
La unión con la
naturaleza sirve a las criaturas de Oxley para sobrevivir, y al mismo
tiempo las devuelve al estado primitivo de los hombres de barro y de
madera de las cosmogonías amerindias.El segundo elemento de la dualidad
descansa en la fuerza devoradora de la naturaleza y en el duelo que el
hombre emprende contra ella, duelo en el que muchas veces la naturaleza
vence: los personajes están integrados a la naturaleza, incluso cuando
ésta los devora.
La vida de la naturaleza conforma el objeto con el
cual el sujeto se identifica, tras el objetivo mítico de restaurar la
experiencia de la inseparabilidad original, de la identidad de todas las
cosas, que equivaldría a ponerse uno mismo en relación subjetiva con lo
exterior sin tener conciencia de su objetividad. Esa profunda necesidad
de identificarse con la vida natural nos advierte sobre una
significativa unidad de lo diverso, y reafirma la dimensión cosmogónica
que adquiere en Oxley la relación del hombre con la naturaleza.
Silencio referencial y vacío narrativo
Esta
relación puede ser leída como una dialéctica de opuestos
complementarios cuya síntesis no se construye a través de un tercer
elemento, sino que permanece en la propia dualidad y por lo tanto
resulta una dualidad vinculante sin rupturas: "Nació a orillas de un
arroyo y se crió en el agua, como las nutrias. Se alimentó de esa
soledad, de esta dureza hecha para templar a golpes (...). Su sangre
lleva este mismo aliento salvaje que levanta en fuerza inquebrantable
esta hosquedad retraída" (en el cuento "Se aquieta el juncal").
La
recurrencia significativa del silencio en la obra de Oxley surge en
primera instancia como consecuencia del aislamiento geográfico y la
soledad del hombre ante la naturaleza; se corresponde con la soledad del
paisaje isleño y rural y el aislamiento de su gente. El paisaje impone
la soledad; ésta a su vez condiciona el hermetismo de los seres que la
habitan, y que nos remite a su desamparo individual y social: "Solo, en
medio de la extensión desierta, que no tiene más voces que las nacidas
en su propio seno hermético y misterioso" (en "Se aquieta el juncal").
El medio condiciona los comportamientos, las actitudes: la naturaleza es
presencia real y también símbolo de fuerzas telúricas que determinan el
carácter de los hombres: "Son gauchos sus hijos y se han curtido en el
rigor de las islas. Saben defenderse y saben aguantar. Son duros, no han
aprendido a quejarse" (en "El rigor de las islas"). A partir de la
naturaleza como condicionante de un modo de ser del hombre de la región,
se despliega el espíritu del pueblo, un ethos que es el mandato mediado
por sus particularidades idiosincráticas: sus creencias, sus atavismos,
sus códigos, su pensamiento. Es en este contexto que advertimos que el
silencio es también mandato cultural.
En cuanto a los mecanismos
discursivos, señalaremos someramente que el silencio referencial deviene
en silencio textual. La pasividad de los personajes posee su correlato
narrativo: las acciones son concisas; en numerosos relatos los
personajes repiten obsesivamente esas mismas acciones mínimas, lo que
desemboca en una suerte de anulación de las mismas, ya que la repetición
y la monotonía diluyen su carácter significativo; muchos cuentos se
construyen a través de una trama indicial, en la que la acción no se
realiza efectivamente sino que se sugiere; la descripción, y las
reflexiones y valoraciones del narrador funcionan como retardatarias de
la acción y recurso de vacío narrativo.
Estas acciones básicas a las
que hacemos referencia (el hacer y el no hacer de los personajes)
entran en relación significativa con los rasgos propios de los
personajes (su decir y su callar), y en ese juego dialéctico resulta
pertinente la equiparación acción-decir / pasividad-silencio, a la vez
que contribuyen a crear un particular ritmo narrativo por la
alternancia: acción y diálogo mínimos de los personajes -voz preeminente
del narrador.
En cuanto a las estrategias retardatarias de la
acción -que incluso llegan a funcionar como recursos de vacío narrativo-
son significativas las exhaustivas descripciones. El espacio, elemento
clave de la regionalidad, posee carga dramática: actúa en función de los
personajes y de los acontecimientos, justamente porque éstos son
mínimos y resultan asimilados textualmente a la estrategia descriptiva
del medio. El paisaje se convierte en abierto protagonista de la lucha
entre los hombres; no sólo refleja los estados de ánimo de los
personajes, en actitud romántica, sino que, como hemos señalado, los
condiciona, conforma la psicología de los habitantes. Isla e isleño
constituyen una misma figura literaria, y el paisaje no se describe en
el texto como pieza suelta o independiente, sino que, como en una
proyección cinematográfica más lenta que el rodaje, forma parte de la
acción en ralenti.
Soledad social y libertad metafísica
En
las criaturas de Oxley la soledad del medio ha dejado su marca y los
enfrenta con el atavismo de la angustia cósmica que experimentan ante su
propio aislamiento y ante la vastedad de la naturaleza. El sometimiento
y el conocimiento de la soledad son lo que está en el fondo de las
actitudes más características de los personajes: su aislamiento, su
repliegue y su incomunicación. La soledad social entronca con el
silencio de los personajes que, desde una perspectiva histórica, es
índice de una situación de postergación y condicionante social en tanto
aceptación de un statu quo: la marginalidad y las relaciones de poder
instituidas, o al menos la pasividad ante ellas.
Paradójicamente,
algunos personajes encuentran en su propia miseria y degradación la
posibilidad de liberación. Sin compromisos ni relaciones
interpersonales, sin ataduras ni inserción social, y sin perspectivas de
cambio, la última posibilidad, la opción inalienable es la de la
libertad como posibilidad metafísica (es necesario aclarar que no
empleamos aquí el término metafísica en su acepción filosófica ortodoxa,
como conocimiento de los principios primeros y de las causas de las
cosas, sino como opuesto a lo material y contingente, que hace al
carácter de las relaciones profundas y oscuras que existen entre los
hombres y las cosas; es en este sentido que la libertad de los
personajes de Oxley deviene inalienable).
La naturaleza -que protege
y devora- y el hombre -que entra en comunión con ella y padece la
angustia cósmica como resabio atávico- construyen su síntesis en su
mutua pertenencia. En definitiva, se trata de llegar a ser íntimamente
libre aunque no se pueda elegir, y es en este sentido que esta
literatura de intemperie deviene en indagación de carácter metafísico.
Más allá (o paralelamente) a la descripción del paisaje y las costumbres
del hombre de la región, y la mostración de su desamparo social,
interesa a Oxley la esencialidad de su persona.
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