Pablo Bernasconi
Oliverio Girondo y Norah
Lange le imprimieron la bohemia de los años treinta, las fiestas, las
reuniones literarias. Lugones, su sello de muerte: en 1938 ocupó una
habitación en el recreo "El Tropezón" y se tomó un frasco de cianuro.
Rubén Darío, Rafael Alberti, María Teresa León, Silvina Ocampo, Olga
Orozco: todos pasaron por el Delta, les cantaron a esas aguas
amarronadas y densas, a los sauces, a los camalotes que cierran los
riachos.
Fue refugio -aunque también centro clandestino de detención- en años de
la dictadura: Diana Bellessi, una de las voces poéticas que hoy más se
identifican con el paisaje isleño, llegó por primera vez en 1976. El
rinconcito en el arroyo Felipe donde se instaló fue, según cuenta en el
documental El jardín secreto
(2013) -dirigido por Diego Panich, Claudia Prado y Cristian
Constantini-, un Edén recién descubierto en medio del infierno que se
vivía.
Paraíso anfibio de sauces, ceibos, juncos que crecen como plaga; "masa
de verdura", como dijo Sarmiento en 1875; "Paraná incomparable" para el
uruguayo Marcos Sastre en su libro El Tempe Argentino (1858); "una
tierra encantada cuya realidad apenas podíamos imaginar", según
comerciantes ingleses del siglo XVIII: la historia poética de la zona
comienza con los guaraníes y su tradición oral de verso y canto -"¿Algo
tienes para comunicarnos colibrí?/ ¡Colibrí lanza relámpagos!"- donde se
celebra al jaguar, al pájaro.
Los versos llegan en las versiones del etnógrafo paraguayo León Cadogán,
quien en los años veinte supo ganarse la confianza de las comunidades
de la zona. Y no se pierden: los versos de los poetas actuales recogen
el legado. Porque con su vegetación cerrada y su infinidad de arroyos,
el Delta sigue siendo el lugar ideal para aquellos que necesitan
escaparse del ritmo de la gran ciudad para escribir.
Algunos, como Bellessi, Alberto Muñoz, Javier Cófreces o Alicia
Genovese, tienen su casa en el Delta desde hace años y suelen pasar
temporadas enteras ahí. Otros, como Nurit Kasztelan, fueron a pasar Año
Nuevo y no pudieron dejar de volver. Empezaron a ir los fines de semana,
a pasar una temporada o dos. Kasztelan compartía casa con algunos
escritores. Se turnaban para escribir. "Hay toda una movida en el Delta
-cuenta-. Gente que busca un tiempo distinto, que las cosas transcurran
de otro modo y esto es propio de los poetas."
Ni monte ni selva, el "continente isleño". como lo llaman Cófreces y
Muñoz, autores de ese tratado poético sobre la zona que es Tigre
(Ediciones en Danza), parece materializar el costado poético del
lenguaje, es decir, esa zona en la que se abandonan las certezas y las
palabras exploran otros tonos y matices.
Inmutable y móvil
No hay orden que rija el Delta. Tampoco lugar donde apoyar el pie porque
lo que hay, siempre, es barro resbaladizo y oscuro. El Delta es móvil,
variable en su propia inmutabilidad. "Las dos orillas que propone el río
muestran lo mismo -dicen Muñoz y Cófreces-. Sin embargo, ?lo mismo' es
cambiante, en una renovación intolerable."
Basta con salir de la estación y subirse a la lancha colectiva para
entrar en una lógica que nada tiene que ver con la de los barrios
privados o las urbanizaciones cerradas que paradójicamente lo rodean. El
Delta es exuberancia y precariedad. Los pies abandonan tierra firme y
empiezan a moverse por un territorio que al mismo tiempo abraza y ahoga,
donde los límites entre tierra y agua no son claros, donde una crecida
puede darse en cuestión de horas dejando al viajero sin posibilidad de
salir. La mirada se agudiza. El paisaje pide una atención especial en
relación con lo pequeño, lo mínimo: el bichito que camina por la hoja,
la gota de lluvia que cuelga del helecho.
Además de poeta, Marisa Negri es docente en la escuela secundaria de Paraná Miní. Administra el blog pájaro de mimbre,
una antología sobre poesía isleña que empezó siendo un proyecto para el
Fondo Nacional de las Artes. Ahí están desde los versos de Silvina
Ocampo en su "Plegaria de una señora del Tigre" hasta una foto
conmovedora: Haroldo Conti y Rodolfo Walsh de espaldas a la lente, de
frente al río. Conti, particularmente, amaba la zona y eso es evidente
en novelas como Sudeste, con impronta poética. Su casa a orillas del
arroyo Gambado es hoy un museo. Desde 2010, Negri organiza junto a
Alejandra Correa el ciclo "Poesía en la escuela". Si hay alguien que
conoce y milita a favor de la movida poética del Delta, es ella. Cuenta
que hay talleres, encuentros y un ciclo en su casa que se llama "Poesía
en el muelle", en el que invita a "leer para los bagres".
A la hora de nombrar un poeta isleño la referencia es necesariamente
Carlos Enrique Urquía, cuya obra reunida (sus cuatro libros sobre el
Delta) acaba de publicar Ediciones en Danza bajo el nombre de La
Islíada. Urquía vivió desde pequeño y hasta su muerte en 2003 en San
Fernando. "Es de los pocos que hablan del Delta desde su permanencia en
él -cuenta Negri-. Pero los poetas nativos de las islas, a excepción de
los guaraníes, son mis alumnitos de la escuela. Todos los demás sólo
somos viajeros fascinados o venidos a las islas."
Negri vive, junto a su compañero de toda la vida, en el "otro" Delta,
cruzando el Paraná de las Palmas, lejos de las casas de fin de semana
("esas casas de juguete destinadas alweekend de la metropolí", como
escribía Roberto Arlt en 1941), una zona donde, si se tiene suerte, se
puede llegar a ver alguna cierva esconderse en el monte. "Mi relación
con el Delta comienza en la primera infancia -cuenta-. El lugar en el
que vivo se llama Nautilus, nombre que mi tío abuelo le puso en homenaje
al stud de caballos de mi tatarabuelo, Domingo Torterolo. La primera
casa, a la que yo venía de chica con mi abuelo y con mi papá, con la
muerte de mi viejo fue abandonada y finalmente se la llevó el río de a
poco."
Marisa regresó al Tigre y construyó la casa en la que vive con sus
propias manos, tratando de modificar el entorno lo menos posible. "Vivir
acá es abandonar el control y dejar que la naturaleza retome el mando.
Al principio o si estás de visita puede resultar abrumador: todo el
verde es igual; todos los pájaros, parecidos... pero con el tiempo eso
empieza a cambiar, empezás a nombrar el mundo, a reconocer a los pájaros
por su comportamiento, por su canto, por su plumaje."
El Delta es el agua pero también la posibilidad de la isla y, como tal,
la utopía de fundar un mundo nuevo: "El terreno fue desmalezado -dice
Genovese en el poema que abre la sección "Diario del Delta II" del libro
Química diurna (Alción)- y la tierra apareció rugosa/ como la piel de
un recién nacido". Basta pensar en Xul Solar, que vivió sus últimos diez
años en Li Tao, una casa a orillas del río Luján. La muestra del Museo
de Arte Tigre -se puede visitar hasta fin de año- muestra cómo Xul
plasmó en la obra de esos años lo que sería la arquitectura de las
islas, las fachadas de sus casas, la filosofía que inspiraría a sus
habitantes: de qué modo imaginó ese lugar ideal como territorio real.
El Delta exige un esfuerzo físico: hay que hachar, quitar la maleza,
hacer acopio de provisiones. En este sentido, es el espacio de la
aventura. Ahí van Cófreces y Muñoz en una canoa a través del Paraná para
poder hacer un libro que es a la vez poemario y catalógo de árboles. O
Diana Bellessi, según la vemos en el documental, ocupándose del árbol
caído después de la tormenta, buscando al isleño capaz de hacharlo. Ella
misma dice, en un fragmento bellísimo del film, que encontró ahí, en la
isla, en un rincón del monte, su propio continente africano, ese con el
que soñaba de niña y que parecía siempre inalcanzable. Como en las
Metamorfosis de Ovidio, la isla transforma: se puede ser al mismo tiempo
serpiente, jaguar, araña que trepa y la misma hiedra aferrada al
tronco. La isla, uno de los libros de Mercedes Araujo, refleja esto.
Al igual que el personaje de Defoe y también como el poeta, el isleño
tiene el mundo ahí, al alcance de la mano, sólo hace falta ponerle
nombre para que de verdad exista. Esto, por un lado, se relaciona con el
afán del naturalista que etiqueta la fauna y la clasifica. Pero, por el
otro, de lo que se trata es de armar un bestiario personal, de
inaugurar un paraíso propio en el que lo referencial pierde peso.
Construir una poética, como suele decirse.
"El Delta, en mi caso -explica Muñoz vía correo electrónico- es un
hemisferio cerebral. Allí están las fijaciones, la pobreza, la
infinitud, las ramas y los árboles posibles, el río, las canoas, los
perros y el cielo o el espejo propio de los hongos. Eso a veces coincide
con el paisaje y a veces no. Ahí están, en ese territorio, las ranas,
los grillos y los musgos. Ahí, en ese tejido, en ese telar, se expresan
historias de orilleros, historias oscuras y bellas. La isla aísla,
repele, se come todo con sus fauces de tierra y raíces, pero ese animal
es el que amamos."
No hay comentarios:
Publicar un comentario