Dos nadadoras
María Inés Mato nadó las aguas
más frías del
planeta;
cruzó el
Beagle, el canal de la Mancha,
un estrecho
impensable del mar Báltico.
Sin trofeos, ni
estadios
sus travesías
parecieron inventadas.
Bordeó el
glaciar en paralelo,
en círculo la
isla de Manhattan;
aguas que
expulsan con su mezcla ácida,
raras aguas que
entregan
su cauce de
vértigo.
María Inés Mato
eligió en lo abierto
mareas de
montaña
y volcanes helados,
oleaje turbio
del mundo sensible
cenizas, peces,
barro.
¿Quién acepta
una nadadora sin pie
o ese imposible
desequilibrio?
Con una pierna
menos y sin prótesis
entrenó como
una disidente;
en el verso
libre encontró ritmos,
palabras que
sostuvieran el calor;
en la falta de
gravedad del agua
se llenó de
voces;
nadar es hablar
con la respiración.
Al mar del sur
le habló con la memoria
de las mujeres
yámanas,
a bordo de sí,
con la corriente
del cuerpo hizo
canoa
para llevar el
fuego a la otra orilla.
María Inés Mato
unió el estrecho
que separa
Malvinas. Brazada tras
brazada, de la
guerra abre olvidos;
una huella de
espuma, un puente blanco,
un rastro en el
agua de los vencidos.
¿Quién acepta
una nadadora sin pie
que explora las
bajas temperaturas,
sin rayas
marcadas ni andarivel,
en las olas de
su propia ruptura?
Con aire, un
mar en contra se horada.
Del agua helada
dijo duele muchísimo
pero es una frontera,
un cruce, solo eso.
Sin traje de
neoprene
se zambulló en
los hielos antárticos,
la gorra de
goma de los nadadores
emergió inédita
entre los témpanos;
un video
muestra el barco guía
y su continuo
braceo
bajo el ancho
vaivén de una gaviota.
Coordenadas
desiertas
que borran
cualquier marca.
Proezas hacia
adentro
probadas con el
pulso.
Si cada persona
es su propio mapa,
el suyo traza
líneas,
casi
imaginarias.
María Inés Mato
buscó aguas frías
mares renuentes
a la aceptación,
nieve hendida
del planeta ¿o qué
callados,
secretos límites cruzó?
******
Una nadadora cruza las 103 millas
entre Cuba y
Cayo Hueso,
sobre el
atardecer encendido del mar Caribe;
desde un kajak
alejan
a su alrededor
los tiburones
con un aparato
que emite ondas;
usa unas
antiparras que permiten
la visión
nocturna y a eso se limita
el despliegue
tecnológico.
Cuando hunde la
cabeza al nadar sucede
lo que importa:
el ser frente al obstáculo elegido
para probar que
es.
Se llama Diana
Nyad
y ya cruzó
desde Bahamas,
batió récords.
Tiene 61 años y
no se detiene
mas que para beber
unos minutos
en el apuro de
esa inmensidad.
Cuando nada
parece no haber llorado nunca,
cuando nada
parece que la melancolía no le hubiese roto
los deseos
nunca.
Cuando nada la
fuerza
no es solo
atributo
de los dioses.
Pero la marea
en contra la obliga a desvíos hirientes
mientras el
agua brilla
como una
autopista interminable en la lluvia,
como una hoja
de filodendro agigantado por la lluvia
y el fracaso
ahueca el aire
como un
graznido.
Si abandona, la
meta permanecerá, invisible
en la mañana
después del cansancio,
en la noche
anterior de la necesidad;
cuando crece la
necesidad no hay sal, ni sed, ni sol
enceguecedor
que melle
la voluntad de
ir.
Pero ella nada
ahora. Es dura, entrenó, bracea,
no se desgastó
en lo inútil;
tiene 61 años y
toda una vida de nadadora.
El último libro de Alicia Genovese abre un discurso poético sobre el elemento líquido primordial, que abraza un cuerpo a cuerpo con cada palabra escogida.
Alicia Genovese
Aguas
Ediciones del Dock
Ediciones del Dock
“Los nadadores de aguas abiertas/ hablan del agua, incansables...”
Los dos primeros versos del nuevo libro de Alicia Genovese (Lomas de
Zamora, 1953), organizado por pares de poemas secuenciados por haikus o
aforismos o simplemente formas breves, dan el tono (abierto, enérgico,
coloquial) de las series de textos que contiene. En ellos el agua, como
ruta o como deriva, fija un recorrido cuerpo a cuerpo con la respiración
y el aliento, ese motor oculto del poema, que reaparece regularmente,
como la cabeza de un nadador de aguas abiertas. Heroínas de la natación
como Diana Nyad o María Inés Matos, quien cruzó el canal de Beagle con
el handicap de una pierna ortopédica (“¿Quién acepta una nadadora sin
pie/ o ese imposible desequilibrio?”), célebres poetas nadadores (en el
podio, Héctor Viel Temperley), alimañas marinas entrevistas en
pesadillas televisadas, el cuerpo de una desaparecida encontrado en las
playas de Santa Teresita, Tales de Mileto y la propia Genovese son
algunas de las figuras que las aguas del libro rozan, salpican, entregan
y envuelven.
“La presencia del agua no es algo nuevo en mi poesía –dice Genovese,
con más de diez libros publicados–; aparece en ‘El borde es un río’, en
‘Puentes’, en ‘Los diarios del Delta’, de Química diurna, sólo que aquí
lo hacen más francamente, como si yo misma hubiese encontrado mis aguas
abiertas. Como voy al Delta seguido, el tema del agua siempre está ahí y
aparecen poemas que hacen referencia a ella o que son el punto de
partida de imágenes. La figura de María Inés Mato me llamaba mucho la
atención, por el tipo de desafío corporal que implica y porque nunca se
sabe bien con qué obstáculo tendrán que enfrentarse los nadadores de
aguas abiertas. Me gusta ese modo de escribir donde parece que estoy
contando un cuentito, tomo una escena o una breve narración, hasta que
el poema empieza a girar y se desliza hacia otro lugar, hacia otro tipo
de enunciado de realidad, otra dimensión menos esperable en una simple
historia o una simple descripción, pero que está sujeto a ella.”
Si “nadar es hablar con la respiración”, escribir parece, en los
poemas de Genovese, menos una cuestión de estilo libre aplicado al
género que una disidencia sobre el ritmo y las palabras, una “conciencia
constante del equilibrio” cuando el único punto de apoyo es el cuerpo
en el “verano del río” o en las coordenadas inciertas del océano. “En
diálogo con el agua tomo/ las mejores decisiones”; del desliz
humorístico del verbo se infieren bocas blandas, surcos dejados por
dioses y humanos, lagunas no imaginadas por Walden, el alcohol de la
lluvia, lagos y ríos nacionales tapiados por latifundistas, zambullidas,
incluso, en el curso intangible de la poesía: “Casi en el borde/ de su
estética/ el poema concluye:/ la amenaza es un tiempo/ donde la muerte
sucede./ En el bosque/ lo imprevisible,/ la belleza del desconcierto./
El poema desaparece”. Ensayista además de poeta, la autora describe en
“Aguas” el desarrollo de un proceso que atraviesa lo general, el mundo
de la historia y de la filosofía, lo abierto del lenguaje entendido como
“agua del otro”, y alcanza la intimidad de “aguas que débiles/ pueden
besar” y la orilla de lo propio, “como lluvia dulce sobre lo seco”.
Sobre la presencia de la historia en sus poemas, y de la historia
argentina en función de las arremolinadas (cuando no oscuras) “aguas de
la memoria”, Genovese puntualiza: “El poema dedicado a mi amiga Ana
Bianco se refiere a la desaparición y al asesinato de su mamá, María
Ponce de Bianco, que fue secuestrada junto con las monjas francesas y su
cuerpo apareció en las costas de Santa Teresita. Hace relativamente
poco fueron identificados los restos de María Ponce, me reencontré con
Ana y de ahí el poema. Necesité hablar de eso, también para no
permanecer en un locus amoenus, al modo de Garcilaso, en un lugar lírico
puro e incólume. Hablar del agua trajo también esa realidad que nos
costó tanto asimilar, una imagen de pesadilla y tan real sin embargo”.
(Daniel Gigena, Pagina 12, suplemento Las 12, 29 de agosto de 2014)
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