Pasaba mucho tiempo en el muelle, mirando el agua. Incluso si llovía suave se instalaba en la punta, observando, sintiendo, dejando que los poros se adivinen en la humedad. Veía las gotas de arriba penetrar la masa de agua de abajo. Veía la forma blanda, sumisa, en que la lluvia se funde para entrar al cuerpo del río. Como las gotas se disuelven a sí mismas cuando lo tocan.
Morir en el contacto para entrar en otra
forma de vida. Algo debía desaparecer si se quería la unión, algo del sí
mismo, genuino, debía renunciarse si quería ser parte de ese todo. O
voluntad o simple destino de agua, o una de sus tantas mutaciones. Todas
estas cosas son ciertas.
***
La segunda vez que fue a la isla llegó
más tarde. Era casi de noche. Ya muy entrada la hora crepuscular. Esta
vez tuvo que remar, el río estaba inquieto, había viento. Cada intento
de remo era fallido. El bote siempre estaba en el mismo lugar. Desplegó
toda la fuerza de la que disponía, se ubicó en posición recta, en el
extremo, tal como la técnica decía. Agregó su espíritu de aventura, su
adrenalina y algo de confianza. Pero el río le cerraba el paso, la
dejaba inmóvil, el viento la burlaba. Se frenaba y dejaba de remar, la
fuerza la arrastraba hacia otra dirección contraria a la casa. Ahora
todo era noche, noche arriba y noche abajo, una masa que golpeaba el
bote y sacudía. Estaba sola en medio de eso, fuerza contra fuerza.
***
La corriente arrastra objetos, los
manipula, los moldea, los transporta, los pasea. Ella decide esos
destinos de cementerio para hojas, ramas, botellas, restos de casa o
embarcaciones, cosas que la gente abandona.
Ella pensó que hay dos tipos de objetos,
los que flotan y los que se hunden. Mientras ve el agua discurrir,
crecer, subir la costa y avanzar a tierra. Masa duplicada (aumentada) de
agua por la lluvia. Mientras observa el brillo sinuoso de esa danza que
hace el río. Intenta hacer una lista de lo que queda en la superficie,
lo liviano; y lo que se sumerge, lo que pesa. Trata de descubrir si lo
que flota está vivo y lo que se hunde muerto. Pero no puede, no le sirve
ese pensamiento. Le preocupa no poder saber qué tipo de cosa es ella.
Si se va a ir al fondo o va a rodar a la deriva. Pero ve que el fondo
también es una deriva, que si se hunde está viva, que el peso de algo se
define en la corriente.
***
En esta historia también hay fragmentos
que se hunden y otros que flotan. Y no puedo decir si algunos están más
vivos que otros. Si se hunden porque están muertos o porque pesan y van
al centro, al fondo. ¿Nos alivian? ¿Nos sumergen? Leer es viajar a la
deriva. Estar a merced del río. Es convertirse en objeto de arrastre.
***
El viento sacude todo lo que se pone a su
paso. El bote, las ropas, las ramas, los cabellos, los papeles. Se
desata con una especie de furiosa alegría, fustiga desbocado a la mujer
que lo desafía en el muelle. Y él se enamora de esa terquedad, de esa
torpeza.
La mujer mira la violencia de la
tempestad. Ve los gigantes, oscuros erectos y danzantes, imagina un
ejército de verdes primitivos, antiquísimos, resistiendo tormentas y
truenos por siglos, por millones de años. Los ve vivos, los ve bellos.
Las hojas como melenas en vuelo, erguido bosque.
[Foto: Santiago Fisher http://imagenesdeltigre.blogspot.com.ar/2012/03/equivalencias-vi.html]
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