El último libro de Osvaldo
Baigorria se construye como una
biografía sobre el escritor argentino Néstor Sánchez pero a la vez como una
crónica sobre su experiencia de escritura en el Delta, y como una autobiografía
de su autor.
Para aproximarse a una figura tan enigmática como atractiva, Baigorria explicita los dos interrogantes que funcionaron como guía para su libro: ¿cómo fue su vida en los años de “desaparecido” de la industria editorial y de mendigo por las ciudades del Norte? y ¿cómo empezó a gestarse su renuncia o abandono de la escritura mientras estaba en camino a la consagración? Las respuestas a estas preguntas funcionan como supuestos, porque según Baigorria, “la biografía es un género tramposo: no se puede escribir sobre una vida –a menos que se la toque por encima, como si se improvisara”. En la búsqueda por entender un poco más a Sánchez, Baigorria entrevista a varios de sus amigos, recoge el testimonio de su hijo, y lee desordenadamente su obra. Pero es del matiz autobiográfico del que queremos ocuparnos, porque para hablar de Sánchez, Osvaldo Baigorria debe también hablar de sí mismo, y este es uno de los hallazgos del libro: no la superposición de las vidas, sino la convivencia, las similitudes y diferencias entre ambos escritores trabajadas con un pulso narrativo notable.
Hace algo más de dos años, un nuevo libro
del escritor, docente y periodista Osvaldo Baigorria movió las aguas de lo que
habitualmente se entiende por “biografía”. Y decimos “movió las aguas” porque
hay algo en su escritura y en su concepción que nos remite al Delta, a la vida
de un escritor que se sitúa en la primera sección del Tigre para leer y
componer la obra. El libro en cuestión, titulado Sobre Sánchez y publicado por la editorial Mansalva, se desmarca
del género biográfico tradicional (la recreación de una vida a partir de datos
concretos) para acercarse a la ficción, pero sobre todo a la autobiografía,
como una suerte de narrativa paralela, haciendo que podamos leer varios libros
en uno.
La vida del biografiado, el
escritor argentino Néstor Sánchez (1935-2002), se parece a una novela. Incómodo, enigmático
y poco leído en las últimas décadas, Néstor Sánchez tuvo una vida errática. En
pleno ascenso literario, con tres novelas publicadas durante la década del
sesenta, decidió abandonar a su familia y dejar su trabajo para convertirse en
devoto del extravagante método Gurdjieff de evolución espiritual y observación
de sí. Desplazándose entre los Estados Unidos, Europa y de vuelta a América, a
Sánchez se le perdió el rastro durante muchos años y llegó a vivir en la calle
como vagabundo.
Para aproximarse a una figura tan enigmática como atractiva, Baigorria explicita los dos interrogantes que funcionaron como guía para su libro: ¿cómo fue su vida en los años de “desaparecido” de la industria editorial y de mendigo por las ciudades del Norte? y ¿cómo empezó a gestarse su renuncia o abandono de la escritura mientras estaba en camino a la consagración? Las respuestas a estas preguntas funcionan como supuestos, porque según Baigorria, “la biografía es un género tramposo: no se puede escribir sobre una vida –a menos que se la toque por encima, como si se improvisara”. En la búsqueda por entender un poco más a Sánchez, Baigorria entrevista a varios de sus amigos, recoge el testimonio de su hijo, y lee desordenadamente su obra. Pero es del matiz autobiográfico del que queremos ocuparnos, porque para hablar de Sánchez, Osvaldo Baigorria debe también hablar de sí mismo, y este es uno de los hallazgos del libro: no la superposición de las vidas, sino la convivencia, las similitudes y diferencias entre ambos escritores trabajadas con un pulso narrativo notable.
Terrenos pantanosos
¿Cómo interviene el entorno en el
proceso de escritura de un libro? ¿Y cuánto tiene de particular el hecho de que
sea el Delta ese entorno? Baigorria cuenta que consiguió comprar su casa en la
primera sección de islas del Tigre gracias a una herencia: “Mi llegada al Tigre
coincidió con el inicio de la investigación y la escritura sobre Sánchez: el
delta como forma alternativa de sedentarismo, la fantasía de que en la isla se
podía hacer una vida-otra. Imaginé que este sería el mejor lugar para escribir
(por encargo o por gusto) en general y, en particular, sobre Sánchez. Me equivocaba”.
La fantasía bucólica y sedentaria después de mucho nomadismo (Baigorria refiere
en el libro sus estadías en Canadá, México, EE.UU., España, etc.) queda trunca
ante todo lo que el terreno le depara. No se trata solo de escribir, de
resguardarse en la escritura, sino de hacerle lugar a la experiencia nueva de
habitar en una isla. Lejos de ser sencilla y apacible, la existencia se
sobresalta tanto como el clima, pero en vez de dejar de lado la escritura para
ocuparse de lo doméstico, la operación de Baigorria consiste en incorporar todo
esto a su libro, los avatares cotidianos y las reflexiones más próximas:
«Intento escribir sobre Sánchez y de pronto
hay crecida y el terreno se inunda. Empieza con charcos al fondo, mientras el
arroyo que pasa por el frente se mueve cada vez más rápido hacia el monte,
empujado por el río. Quizá el día esté soleado, fresco, amable, sin nubes y de
pronto sopla el sudeste y el agua sube. Da un poco de impresión (al principio,
miedo; después uno se acostumbra). Da un poco de impresión no poder bajar los
escalones de la casa, tener que apurarte a buscar provisiones al almacén con el
agua hasta las rodillas antes de que suba más. Y no saber hasta dónde ni cuándo
dejará de soplar el viento. Sobre eso no hay control; con suerte, pronóstico
acertado de los meteorólogos. Después, en horas o días, el clima cambia (como
todo), la crecida se detiene y el agua empieza a bajar. Lenta, dejando barro y
ramas sueltas a su paso. Habrá que limpiar la escalera, las baldosas de la
entrada, la vereda que lleva al muelle. Habrá que cuidarse de no resbalar,
sacarse las botas, lo mejor es en patas. Así es un humedal: barroso y
neobarroso, con islas en formación y deformación continua, que se mueven, se
desplazan, inestables» (pp. 90-91).
Los contrapuntos autobiográficos
son necesarios para lidiar con el hermetismo y la oscuridad de Sánchez, y a la
vez para acercar dos vidas que no se cruzaron: Baigorria lee en el Tigre El amhor, los orsinis y la muerte, de
Sánchez, y encuentra allí pasajes que hablan de alguien que llega al delta para
escribir un relato llamado “El hombre de la bolsa”. ¿Cuánto hay de tramas y de
destinos que se retoman en la labor biográfica? Porque no es que Baigorria
recupere la vida de Sánchez ni se la apropie, más bien es su propia vida la que
se mide ahora que busca poner el foco en un otro. “Rodeado de vegetación, de
agua, de cielo y de barro hoy me siento, no digo como Sánchez, pero sí como
hombre de la bolsa en su rincón aparte, en su aislamiento quizá inevitable,
donde de repente leo y no entiendo por qué casi no escribo lo que venía a
escribir. ¿A qué vine a este lugar?”, remata.
«Hubiera
sido mejor ponerme a escribir una novela ambientada en el Tigre, ahora que la
zona está de moda. Cunado me mudé a esta casa palafítica o sobre pilotes a dos
metros y medio de alto, con terreno no muy grande al fondo, muelle sobre el
arroyo que rodea a la isla cuyo nombre más antiguo es La Reculada (reflujo del río que invierte el rumbo de crecida
cuando llega a este punto, zona de exilio sexual para gays y otros desviados de
la norma a partir de los años 70, aguantadero para refugiados políticos y
comunes), todavía era un lugar bastante tranquilo y retirado y pensé que era el
lugar exacto para concentrarme, dedicarle tiempo a la lectura de Sánchez y
escribir mi libro soñado, primero por encargo y después por obstinación. Pero
no.» (p. 118)
La “hostilidad natural” del delta
implica, para Baigorria, una readaptación constante al entorno, y por ende a la
escritura. La enumeración de sus tareas del día, las imprevisiones del clima,
lo llevan permanentemente a considerar por escrito todos aquellos “problemas
del sedentario que el nómade desprecia o ignora”. Los tiempos son distintos en
el delta, los asuntos requieren de toda su atención. A medida que avanza en su
libro, también Baigorria va interiorizándose y habitando su isla, fusionándose
con ella: “Aquí la vegetación avanza y las aguas vencen a la carne, la piedra y
la madera. Hay que cortar el pasto, cargar el tanque de agua, echarle lavandina,
sulfato de aluminio, juntar o comprar leña, acarrear o hacerse traer bombonas
de repuesto para que el gas no falte […] Se está completamente a solas con esta
construcción o entelequia que vive en uno tanto o más de lo que uno vive en
ella”. Baigorria, un hombre sensible conectado con el espacio que habita,
observa y refiere cómo esta soledad lo lleva a “aislarse, devenir isleño”. La
contemplación y la melancolía aparecen instintivamente y ganan lugar; tanto que
llega a decir que “escribía sobre Sánchez cada vez que la isla me dejaba”.
«Como
decía Haroldo Conti en Sudeste, hablando
de otra época pero que todavía se constata en los isleños viejos: los habitantes del río son semejantes al río
y por eso sobreviven y por eso también parecen hoscos, sombríos, lejanos,
solitarios. Destemplados. No aman al río exactamente, sino que no pueden vivir
sin él. Son tan lentos y constantes como el río. Y sobre todo, tan indiferentes
como el río. Ese río que se mete en una casa, que inunda un campo, que arrastra
un mueble en la corriente, que deposita kilos de barro sobre un muelle. No
entendí del todo a Conti cuando lo leí en la ciudad. Ahora lo leo de otro modo»
(p. 91).
Escritura y distancia
Volviendo a Néstor Sánchez, la
excusa del libro de Baigorria, ese escritor que llegó a decir que dejó de
escribir porque se le acabó la épica, podemos afirmar que encontró un biógrafo
a su medida. Sánchez rechazó el mundo en forma literal. Baigorria se alejó para
escribir sobre él y lo que encontró es también su propia vida, su cotidianeidad
pidiendo espacio en la escritura. En este sentido, la sinceridad apabullante
del biógrafo se agradece; el registro de su investigación es tan importante
como la investigación misma. Así, nos enteramos por ejemplo de que a Baigorria le costó terminar
Cómico de la lengua, que su propio
libro fue mutando de forma y cambiando de título, o que se siente incómodo
cuando se acerca demasiado a una conclusión sobre el otro (“Quién soy yo para
ponerme a hablar de sus aciertos y equívocos”, expresa). En estas idas y
vueltas sobre su objeto, el libro se lee también como una crónica de su propia
escritura. Y el resultado es valioso: más cerca de la libertad del novelista
que de las ataduras del biógrafo, Baigorria no oculta ni solapa ocurrencias
sino que las comparte, muestra los hilos al narrar, y no invade la intimidad de
Sánchez ni saca conclusiones ampulosas. El hecho de
acceder como lectores de primera mano a su experiencia de escritura nos
convierte en testigos, en cómplices involuntarios de dos vidas que se tejen y
se tocan a la vez en un mismo libro sobre Osvaldo Baigorria y sobre Néstor
Sánchez.
Malena Rey
(en exclusiva para el blog Sudeste) noeselcaso@gmail.com
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