La parte mineral del suelo de nuestro Delta está formado por limo, arcilla y arena fina traídos desde el norte por el río Paraná. Esta parte de origen mineral representa aproximadamente el 97-98% del total del suelo, mientras que el 2-3% restante está constituido por materia orgánica.
Cuando labramos
la tierra, lo que hacemos es trabajar sobre los primeros 30 cm de suelo, que es
donde se encuentra acumulada la mayor parte de la materia orgánica, por esto
hay más nutrientes para las plantas y el suelo es más suelto. En este primer
horizonte las proporciones entre limo, arcilla y arena son relativamente
parejas, aunque con tendencia a que predomine el limo o la arcilla según la
zona.
De estos tres
componentes, la arcilla es la más pequeña y tiene lo que se llama “carga
electroquímica”, que cuenta con la vital importancia de tener la propiedad de
relacionarse de forma activa con ciertos nutrientes del suelo (más adelante
veremos cuáles). Por el contrario, el limo (de tamaño mediano) y la arena,
hecha de partículas de cuarzo y minerales silicatados, no establecen
interacciones directas de importancia con los nutrientes.
Sucede que las
partículas de arcilla están formadas por láminas de silicio y aluminio
superpuestas entre sí formando estructuras laminares complejas; de esta
superposición surgen las cargas electroquímicas negativas que las caracterizan.
A su vez, las partículas de arcilla se agrupan entre sí formando pequeños
“aglomerados” llamados coloides, lo que potencia aun más las mencionadas
cargas negativas.
Ahora bien ¿cuál
es la importancia de todo esto? La cuestión es que al estar cargadas
negativamente, las partículas de arcilla tienen la capacidad de atraer hacia sí
elementos con valencia positiva. Podría decirse que actúan como una especie de
imán. Existen tres nutrientes esenciales para las plantas que pueden estar
cargados positivamente, estos son el Calcio (Ca), el Potasio (K) y el Magnesio
(Mg). Estos nutrientes son atraídos por la arcilla y establecen con ella una
relación dinámica de ida y vuelta que ayuda a mantenerlos “retenidos” en el
suelo y los deja a su vez a disposición de las plantas. Si no hubiera arcilla
la gran mayoría de estos nutrientes se perdería rápidamente. Y es acá donde
entra a jugar el otro factor fundamental característico del Delta: la
sudestada. Sucede que al inundarse el terreno se genera un proceso de lavado y
remoción de parte de esos nutrientes, o sea que existe una considerable pérdida
de Potasio, Calcio y Magnesio, lo que afecta inevitablemente la fertilidad del
suelo. Afortunadamente la marea también puede aportar cierta cantidad
nutrientes y depositarlos en el suelo, además es posible recuperar parte de los
minerales “perdidos” si extraemos el barro superficial de las zanjas de drenaje
y lo agregamos al compost o si lo colocamos al pie de los árboles frutales, ya
que allí quedan acumulados gran parte de los nutrientes arrastrados por el agua
durante la crecida.
La acidez del
suelo del Delta
Pero eso no es
todo, esta situación provoca también otro efecto importante: la acidez
característica del suelo de la isla. Lo que ocurre es que al lavarse estos
nutrientes, la arcilla queda con parte de sus cargas negativas “libres” y por
lo tanto va a tender a recibir en su lugar elementos disponibles con carga
positiva. ¿Cuál será este elemento en un lugar inundable como la isla? El que
ocupará el lugar “vacante” será el hidrógeno (H+) aportado por el agua, y el
resultado de este proceso será un aumento en la concentración de este elemento
en el suelo, lo que modifica el potencial Hidrógeno o pH, volviéndolo
marcadamente ácido. Es característico del Delta un pH de entre 4,5 y 6
aproximadamente.
En un suelo ácido
puede haber problemas en la absorción de ciertos nutrientes por parte de las
plantas, como así también una baja en la actividad biológica y un incremento en
la población de hongos. Esto último es de particular importancia en un lugar
húmedo como el Delta, ya que puede derivar en enfermedades fúngicas para las
plantas cultivadas.
Afortunadamente
la acidez del suelo puede corregirse sin mayores dificultades, o por lo menos
puede equilibrarse hasta llegar a un punto “aceptable” para la mayoría de los
cultivos. Existen sustancias llamadas “enmiendas” que pueden aplicarse al suelo
para corregir el pH. Para esto es habitual utilizar cal agrícola o carbonato de
Calcio (Ca CO3), pero sucede que no siempre es algo que podamos tener a mano y
para usarla correctamente es necesario realizar cálculos a partir de
información obtenida de un análisis de suelo, lo cual vuelve la cuestión algo
más compleja.
Una opción a
mano…
Sin embargo en la
isla todos tenemos en casa un material que nos puede servir como un buen
sustituto a la cal: la ceniza de madera de la salamandra o del fogón, que
contiene Potasio y Calcio. En efecto, si esparcimos ceniza sobre el suelo en
forma pareja al momento de preparar la tierra una o dos veces al año, estaremos
revirtiendo el proceso de acidificación. Esto ocurre porque el Potasio y el
Calcio, debido a sus cargas positivas, volverán a ocupar su lugar original junto
a las partículas de arcilla, desplazando nuevamente al Hidrógeno y equilibrando
así el pH del suelo.
También puede
contribuir a este proceso la harina de hueso, que contiene calcio (además de
fósforo) y provoca en el suelo una reacción básica, es decir, lo opuesto de
ácida. Por otro lado al compost también es un buen regulador de la acidez, ya
que tiene un efecto “amortiguador”, aportando nutrientes y materia orgánica, lo
que mejora a su vez la estructura y la aireación del suelo.
Como las
primaveras vienen siendo particularmente húmedas, con muchas mareas y lluvia,
es conveniente esperar a que el suelo pierda el exceso de humedad antes de
comenzar a trabajarlo; no es bueno removerlo cuando está todavía mojado.
Siempre es mejor retrasar la siembra y preparar bien la tierra antes que
intentar adelantarse y sembrar en un suelo mal labrado. ¡Suerte huerteros!
Federico Baglietto
Técnico en Agricultura Orgánica. UBA.
[Fuente: revista Isleña]
muy interesante el artículo, particularmente al uso que se le da a la ceniza
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