19 de marzo de 2017

Dos comerciantes ingleses en el Delta se topan con isleños de 1816


 Las primeras noticias directas del Delta del Paraná de que disponemos son de la era republicana y corresponden a los hermanos J. P. y G. P. Robertson, comerciantes ingleses que regresaban de un viaje de negocios al Paraguay y pasaron por las islas, en 1816, a las que describen en su libro Cartas de Sud América. Dicen los hermanos Robertson:

"Al amanecer del día siguiente dejamos el Guazú... La atmósfera estaba muy cargada y un cielo encapotado amenazaba tormenta. Íbamos en una pequeña lancha, la 'Clyde'... Esperábamos llegar a Las Conchas esa misma noche... Hacíamos el camino por los intrincados arroyos que unen el Paraná Guazú con el Miní, formando lo que se llama "La Isleña", o grupo de islas... Los canales formados por estas islas pequeñas que corren desde la primera hasta la última boca del Paraná llevan el nombre de "Los Caracoles", y en alguna parte son tan angostos que permiten apenas el paso de un bote por su camino tortuoso. Cuando entramos en este lugar, el más pintoresco de las islas, caía la tarde. Las ramas de los árboles formaban por momentos un verdadero dosel sobre el pequeño mástil de la embarcación, y apenas podíamos abrirnos camino entre el follaje. Las flores comunes y las siemprevivas, las plantas y los azahares, embalsamaban la atmósfera con su fragancia: la infinita variedad de matices verdes, el variado color de las flores, los miles de pájaros que cantaban, los más diversos que puedan imaginarse y del más hermoso plumaje, daban al conjunto el aspecto de una tierra encantada cuya realidad podemos apenas imaginar.

Mientras seguíamos el curso de "Los Caracoles" empezó a cerrar la noche. Se hacía necesario dejar, sin pérdida de tiempo, aquel laberinto de canales. La escena empezó poco a poco a perder interés y no fue por cierto episodio muy divertido el encuentro de algunos carboneros de mala catadura, agazapados a orillas del profundo pero estrecho canal que recorríamos. 

Eran sujetos de apariencia feroz: el chiripá, largo hasta la rodilla, dejaba al descubierto sus piernas tostadas y musculosas, y llevaban un poncho sobre los hombros; las caras ennegrecidas por el carbón y las copiosas y negras barbas, patillas y bigotes acentuaban la fiereza de su aspecto. Los hornos de carbón, al arrojar un resplandor rojizo sobre aquellas salvajes figuras, dábanles apariencias de asesinos. Habían levantado sus cabañas con ramas y cueros, y allí tenían sus hogares. Muchos estaban acompañados por sus mujeres, tan rudas como ellos; y los pequeños casi desnudos, o desnudos por completo, veíanse por ahí jugando cerca de los hornos. 

Sería más novelesco decir que aquellos carboneros nos causaron daño, pero lo cierto es que no nos molestaron para nada... El piloto consideró imprudente permanecer más tiempo entre las islas y los bajíos, por eso, abandonando "Los Caracoles", resolvió poner proa directamente a Buenos Aires, a través del río"


(extraído de Liborio Justo, "Prólogo a la primera edición" en Domingo Faustino Sarmiento, El Carapachay, Buenos Aires, Eudeba-Municipio de Tigre, 2011, pp. 21-22).


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