el río cambia. a veces es duro y amargo, pero otras veces parece hecho a la medida del hombre.
el comienzo del verano coincidió con aquella gran bajante de diciembre, que duró cinco días. vieron bajar la aguas y vaciarse el río en forma interminable. por las noches sobrevenía un pequeño repunte, pero a las pocas horas el agua volvía a tirar hacia el río abierto, cada vez más espeza, arrastrando el barro del fondo.
el Boga y el perro bayo andaban cubiertos de mugre de la cabeza a los pies. el perro parecía más bien contento. en los demás, crecía una sorda y constante irritación. de noche dormía tendido en el pasillo, con el perro atravesado a los pies, sintiendo que el barro se secaba sobre su cuerpo, tensándole la piel. la infinidad de zanjas y canaletas que desagotaban sobre el cauce producían un murmullo adormecedor, más y más intenso en la noche, hasta penetrar en las venas. el chasquido de los bagres, que trataban de alcanzar el río abierto, sobresaltaba al perro bayo. entonces descolgaba el farol y bajaban hasta el medio del cauce. el Boga se apostaba en el lugar que encontraba más playo y los mataba a palos. la aleta dorsal del pez sobresalía del agua y él descargaba el golpe tratando de acertar un poco más adelante. así una noche y otra noche.
al sexto día amaneció todo inundado. en la madrugada, se levantó el sudeste y comenzó a entrar el agua a una velocidad increible.
Sudeste- Haroldo Conti
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