En las trémulas tierras que exhalan el verano,
el día es invisible de puro blanco. El día es una estría cruel en una celosía, un fulgor en las costas y una fiebre en el llano. Pero la antigua noche es honda como un jarro de agua cóncava. El agua se abre a infinitas huellas, y en ociosas canoas, de cara a las estrellas, el hombre mide el vago tiempo con el cigarro. El humo desdibuja gris las constelaciones remotas. Lo inmediato pierde prehistoria y nombre. El mundo es unas cuantas tiernas imprecisiones. El río, el primer río. El hombre, el primer hombre. (De: Luna de enfrente) |
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