Una travesía en kayak por el Delta del Tigre, tanto para inexpertos como para remeros avanzados. El recorrido hacia el Paraná de las Palmas es un viaje al silencio, al canto de los pájaros y al perfume dulce de las flores.
Hay un Delta de Tigre que se oculta, una armonía frágil que los ruidos quiebran: el mundo de las garzas blancas, parsimoniosas y elegantes, paradas en una sola pata sobre los camalotes; el de los dorados saltando como soles fugaces desde las entrañas del río; el de las moras derramándose sobre los arroyos. Con su marcha suave y silenciosa los kayaks entran en ese mundo sin romper el encanto. "La única otra forma de estar tan en contacto con el río es nadar", dice Vicky, una diseñadora porteña que se enteró de los paseos y vino "para conocer y desconectarse".
Los paseos se hacen todos los sábados y domingos, a las 10 y a las 14, desde la rampa del Club Hispano. Patricio y Fabián Redman, los instructores de "Delta en Kayak", distribuyen chalecos salvavidas y los demás elementos necesarios para salir al río. A los "nuevos" les dan las primeras instrucciones y los acomodan en kayaks de tres personas, para que adquieran el resto de la instrucción básica junto a dos expertos.
"Puede remar cualquier persona que tenga un estado físico normal, cualquiera que pueda andar en bicicleta, por ejemplo",
explica Fabián, y se nota: los remeros son muy heterogéneos, hay niños de 7 años y señores de 65 que se divierten dando sus primeras paladas. Los recorridos varían en función de los grupos, los más experimentados hacen travesías, remadas prolongadas de un día entero o de dos días, y los novatos paseos más breves, 4 horas deslizándose sobre cursos seguros de navegación y parando para tomar sol, charlar o comer algo en alguno de los muchos recreos de la primera sección.
Jazmines y madreselvas
Después de algunos paseos cortos ya se está en condiciones de emprender la travesía al Paraná de las Palmas, si los guías son instructores. El cuerpo se adapta al ritmo suave de las corrientes, lentamente los sentidos empiezan a sentirse parte de la geografía del Delta, a disfrutar el silencio, el canto de los pájaros, el olor dulce de los jazmines y las madreselvas, la tibieza y la dulzura del agua. La vegetación se espesa a medida que Tigre va quedando atrás, el arroyo Angostura tiene las márgenes más frondosas que el río Carapachay; en el Gélvez han florecido los ceibos. Los álamos, las casuarinas y los sauces revientan de verde y de cardenales. Sobre los camalotes las garzas nos miran pasar y nosotros hablamos en voz baja para no perturbarlas. Avanzamos rodeados de juncos que aprovechan cualquier rincón de poca corriente para iniciar las comunidades vegetales que, reteniendo los sedimentos de las aguas marrones del Paraná, terminan haciendo nuevas islas; el Delta está vivo y eso se siente remando.
Se navega el curso sinuoso del arroyo El Banco hasta que en la última vuelta se acaba, y aparece, con una fuerza que estremece, el Paraná de las Palmas. Descansamos en una playita de arena mirando el río poderoso. Después la vuelta, apenas con una sola interrupción para reponer energía en el arroyo Toro. Cuando ya casi llegamos a Tigre atardece. El canal Rampani, el río Sarmiento y el cielo son una sola luz y nosotros atravesamos esa luz para terminar la aventura.
Fuente: http://edant.clarin.com/suplementos/viajes/2005/01/16/v-01001.htm
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