Diego Oxley fue un escritor que tradujo con hondura la vida que se oculta en las islas y pajonales del Paraná
Ese río que se nombra es el Paraná. Augusto, sagrado, "primogénito ilustre del océano", lo exaltó Manuel José de Lavardén. Las islas que remojan sus orillas en las aguas encierran vidas, usos y costumbres. En el interior más sombrío, flora y fauna resplandecen raigales. Chajaes y carpinchos alborotan el desgano de los ranchos. "La isla castiga, la isla endurece, domina y aplasta", se reflexiona.
Quien vivió fascinado y observante de esa gente y ese paisaje, fue Diego R. Oxley (1901-1995). Coetáneo de otros ilustres narradores -Mateo Booz, Luis Gudiño Kramer, Gastón Gori o Amaro Villanueva-, expresó bellamente, con emoción y hondura, la peripecia del islero, su acaecer en el tiempo, la contingencia vital y el inexorable devenir de los hechos y las cosas.
Aquel maestro rural supo de sus hombres rumiantes y silenciosos. Los describió, primero, en el periodismo santafecino. Los llevó al libro en Quebrachos (1947) y El dolor de la selva (1950). Tierra arisca (1955) expone el conflicto del hombre con su medio goegráfico.
Será en El remanso (1956) donde revelerá, como apuntó W. G. Weyland, su fiel amigo y crítico, el "tremendo e insospechado vivir que se oculta en las islas y pajonales del Paraná".
La sincera humildad, la digna discreción, hicieron de Oxley una personalidad singular. Dueño de una severa sobriedad personal, su obra supo traducir con hondura y fidelidad la problemática del hombre del interior.
Escritura fecunda que reflejó con holgura, al ceñirse a la realidad más solidaria, la ternura intrínseca, la desnuda sensibilidad, el gesto ritual, mediante la palabra conmovida.
Su mayor preocupación de escritor fue, sin duda, dejar que en sus textos el relato fluyera generoso, casi espontáneo y dinámico, como la correntada (a veces serena, encresapada, otras) de "su" río.
Supo elegir su lugar en cierta región del país, que le era de pertenencia; describirla, más allá de la mera anécdota, en su savia humana y natural.
Aspiró siempre a subrayar el silencio o el monólogo -los personajes de Oxley no dialogan entre sí, sólo en ocasiones- como si los habitantes de las islas rindieran culto al silencio.
Entre la realidad social, el color costumbrista y la documentación fidedigna, Diego R. Oxley fue -es- uno de los exponentes más válidos y representativos de la literatura nacional.
Por Lily Franco Para LA NACION
FUENTE: http://www.lanacion.com.ar/878471-vigencia-de-un-gran-cuentista-del-litoral
Sábado 27 de enero de 2007
Ese río que se nombra es el Paraná. Augusto, sagrado, "primogénito ilustre del océano", lo exaltó Manuel José de Lavardén. Las islas que remojan sus orillas en las aguas encierran vidas, usos y costumbres. En el interior más sombrío, flora y fauna resplandecen raigales. Chajaes y carpinchos alborotan el desgano de los ranchos. "La isla castiga, la isla endurece, domina y aplasta", se reflexiona.
Quien vivió fascinado y observante de esa gente y ese paisaje, fue Diego R. Oxley (1901-1995). Coetáneo de otros ilustres narradores -Mateo Booz, Luis Gudiño Kramer, Gastón Gori o Amaro Villanueva-, expresó bellamente, con emoción y hondura, la peripecia del islero, su acaecer en el tiempo, la contingencia vital y el inexorable devenir de los hechos y las cosas.
Aquel maestro rural supo de sus hombres rumiantes y silenciosos. Los describió, primero, en el periodismo santafecino. Los llevó al libro en Quebrachos (1947) y El dolor de la selva (1950). Tierra arisca (1955) expone el conflicto del hombre con su medio goegráfico.
Será en El remanso (1956) donde revelerá, como apuntó W. G. Weyland, su fiel amigo y crítico, el "tremendo e insospechado vivir que se oculta en las islas y pajonales del Paraná".
La sincera humildad, la digna discreción, hicieron de Oxley una personalidad singular. Dueño de una severa sobriedad personal, su obra supo traducir con hondura y fidelidad la problemática del hombre del interior.
Escritura fecunda que reflejó con holgura, al ceñirse a la realidad más solidaria, la ternura intrínseca, la desnuda sensibilidad, el gesto ritual, mediante la palabra conmovida.
Un estilo propio
Narrador nato -tanto en cuento como en novela- que fue tejiendo sutilmente las diversas tramas, encarnándolas en protagonistas reales, haciendo del silencio o la pausa literaria un estilo propio, sin desencuadrarlos del ambiente y el registro regionales.Su mayor preocupación de escritor fue, sin duda, dejar que en sus textos el relato fluyera generoso, casi espontáneo y dinámico, como la correntada (a veces serena, encresapada, otras) de "su" río.
Supo elegir su lugar en cierta región del país, que le era de pertenencia; describirla, más allá de la mera anécdota, en su savia humana y natural.
Aspiró siempre a subrayar el silencio o el monólogo -los personajes de Oxley no dialogan entre sí, sólo en ocasiones- como si los habitantes de las islas rindieran culto al silencio.
Entre la realidad social, el color costumbrista y la documentación fidedigna, Diego R. Oxley fue -es- uno de los exponentes más válidos y representativos de la literatura nacional.
Por Lily Franco Para LA NACION
FUENTE: http://www.lanacion.com.ar/878471-vigencia-de-un-gran-cuentista-del-litoral
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