La boca del Tigre
En Una mancha más, Alicia Plante tejió una implacable trama de policial negro ambientado alrededor de un eje tan traumático como actual: la apropiación de bebés bajo la dictadura. Una revelación casual entre vecinos dispara la acción, y ya no para hasta ubicar unas muertes dudosas en el escenario del delta del Tigre, logrando unir a la trama una reflexión acerca de la identidad y la culpa. Además, acá se reproduce un texto escrito especialmente por Guillermo Saccomanno para la edición de la novela.
Una de las
características del policial negro frente al modelo clásico es aquello
que indica que los personajes participan activamente de la intriga,
exponiendo su cuerpo al peligro, esto es, no como meros sujetos
entregados al análisis y la observación. Esa es una, sí: la otra gran
característica es que el detective en cuestión, quizás alguien no tan
relacionado con la profesión como un tipo apenas interesado por un caso,
quizá con ciertos aires de curioso, termina descubriendo no solamente
al asesino o responsable de tal crimen sino develando la compleja red
social en la cual el culpable se encuentra insertado y que de repente
aparece frente a los ojos del protagonista como algo imposible de
desarmar: la corrupción, la vileza del mundo es la principal responsable
de los hechos, no tanto la mano que apretó el gatillo. Alicia Plante,
en Una mancha más, pone a disposición de una complicada historia el
mecanismo del policial negro casi con el mismo fin: no concentrarse
exclusivamente en el hecho particular, enigma a resolver, como apuntar a
una compleja trama superior, tanto más oscura, tanto más llena de
implicados.
La historia se abre con un velatorio, el de Ramona, la esposa del
gallego García Mejuto, vecino de toda la vida de Raúl Galván, un
guionista de cine un poco desencantado de todo que se siente intimidado
por los ojos de su vecino, que no dejan de observarlo. Para distraerse,
Raúl decide cambiar un par de palabras con Daniel, el hijo adoptado del
gallego, diez años menor que él, pero con un notable futuro: profesor de
Física, el joven García Mejuto es uno de esos ejemplos de barrio que
todos conocemos. A Raúl le toma apenas un poco de reflexión desenrollar
el secreto que con tanto celo la familia mantuvo a lo largo del tiempo,
atando apenas un par de cabos como los asados que el vecino realizaba
casi todos los domingos de su infancia con un grupo de ruidosos
militares, o el dato de que la fallecida Ramona era estéril: Daniel es
hijo de desaparecidos. ¿Qué hacer con esa información apenas comenzada
la novela?
La historia se centra no tanto en el destino de Daniel, en su
posibilidad de acceder a una información que le corresponde
legítimamente o los conflictos que podrían desprenderse de esta
situación, como en el de Raúl, y la opción que elige una vez reconocido
este dato: chantajear al presunto padre, a ese molesto gallego de la
cuadra de enfrente, y sacarle el dinero necesario para tener una vida un
poco más holgada. A partir de este descubrimiento, de esta opción por
sobre lo averiguado, comenzarán una serie de investigaciones policiales
que se detendrán no sólo en el destino de Raúl, no sólo en el conflicto
vital de Daniel, sino también en tres muertes aparentemente accidentales
que irrumpen promediando la novela y que funcionarán como el disparador
de toda una serie de investigaciones por parte de Julia, Gerardo y Leo,
tres amigos metidos en el caso por un repentino interés que luego no
podrán abandonar las averiguaciones, el planteo de posibles causas, la
búsqueda de la verdad.
El mundo social de la novela de Plante (pese a proponer algunos héroes, esto es, personajes que ponen las opciones éticas por delante y que descartan cualquier instancia de beneficio personal, arriesgando sus vidas) está repleto de culpables: cada uno arrastra una culpa profunda con respecto al pasado, desde la apropiación de bebés hasta el silencio cómplice, quedando en el personaje de Raúl la figura que unifica todos estos conflictos: personaje gris, sin ser totalmente el centro de la historia, abre la posibilidad de que su mediocridad funcione como núcleo en donde pueda observarse con detalle no las opciones políticas del pasado sino lo que se hace con ese pasado en el presente. Ni totalmente malo, con algunas buenas intenciones, es la figura criminal por excelencia: el que se hunde por una pequeña ambición abrazada sin miramientos éticos.
Alicia Plante, quien ganó el Premio Azorín de Novela por Un aire de familia en 1990 y publicó El círculo imperfecto en 2003, presenta una novela policial que sigue a rajatabla los elementos del género con algún que otro giro sobre el final: el estilo, pese a que por momentos quiere rescatar ciertas expresiones específicas de algunos personajes, sea ya por su lugar de pertenencia o rol en la sociedad, es totalmente preciso en su transparencia, permitiendo una lectura ágil que coincide con las intenciones de la intriga, sin dejar de ofrecer por eso algunos juegos secretos, guiños para una lectura más atenta (desde el hecho de que las acciones tienen lugar en el Tigre hasta los vericuetos particulares de la palabra “identidad”.
Una mancha más es una novela que, con una prosa cuidada y nítida, muestra las continuidades de los hechos del pasado en el presente; pero, claro, no de cualquier pasado: retomar el problema de los hijos apropiados en clave de policial es encerrar un crimen dentro de otro crimen, y así sucesivamente: antes que colaborar en la creación de protagonistas elocuentes, lo que hay son personajes encerrados en una red que ellos mismos han creado, encontrando cada uno su particular justificación con respecto a la realización de un acto aberrante, declarándose para sus adentros inocentes de toda culpa.
Hagamos una paráfrasis, una de una frase harto conocida por cualquiera, una que le queda muy bien a cada uno de los retratados en el texto, una casi de policial negro: el camino al Infierno está pavimentado de buenas intenciones.
Fernando Bogado
[fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-4358-2011-07-31.html]
Una mancha más. Alicia Plante Adriana Hidalgo 322 páginas
El mundo social de la novela de Plante (pese a proponer algunos héroes, esto es, personajes que ponen las opciones éticas por delante y que descartan cualquier instancia de beneficio personal, arriesgando sus vidas) está repleto de culpables: cada uno arrastra una culpa profunda con respecto al pasado, desde la apropiación de bebés hasta el silencio cómplice, quedando en el personaje de Raúl la figura que unifica todos estos conflictos: personaje gris, sin ser totalmente el centro de la historia, abre la posibilidad de que su mediocridad funcione como núcleo en donde pueda observarse con detalle no las opciones políticas del pasado sino lo que se hace con ese pasado en el presente. Ni totalmente malo, con algunas buenas intenciones, es la figura criminal por excelencia: el que se hunde por una pequeña ambición abrazada sin miramientos éticos.
Alicia Plante, quien ganó el Premio Azorín de Novela por Un aire de familia en 1990 y publicó El círculo imperfecto en 2003, presenta una novela policial que sigue a rajatabla los elementos del género con algún que otro giro sobre el final: el estilo, pese a que por momentos quiere rescatar ciertas expresiones específicas de algunos personajes, sea ya por su lugar de pertenencia o rol en la sociedad, es totalmente preciso en su transparencia, permitiendo una lectura ágil que coincide con las intenciones de la intriga, sin dejar de ofrecer por eso algunos juegos secretos, guiños para una lectura más atenta (desde el hecho de que las acciones tienen lugar en el Tigre hasta los vericuetos particulares de la palabra “identidad”.
Una mancha más es una novela que, con una prosa cuidada y nítida, muestra las continuidades de los hechos del pasado en el presente; pero, claro, no de cualquier pasado: retomar el problema de los hijos apropiados en clave de policial es encerrar un crimen dentro de otro crimen, y así sucesivamente: antes que colaborar en la creación de protagonistas elocuentes, lo que hay son personajes encerrados en una red que ellos mismos han creado, encontrando cada uno su particular justificación con respecto a la realización de un acto aberrante, declarándose para sus adentros inocentes de toda culpa.
Hagamos una paráfrasis, una de una frase harto conocida por cualquiera, una que le queda muy bien a cada uno de los retratados en el texto, una casi de policial negro: el camino al Infierno está pavimentado de buenas intenciones.
Fernando Bogado
Las cosas por las que se muere
Alicia
Plante propone en Una mancha más un juego deductivo que, a poco de
entrarle a su historia, deja de serlo. Porque la trama que despliega
supera los límites de la novela policial clásica y, de pronto, cuando el
lector menos se lo espera, se encuentra atrapado en una intriga donde
los escenarios de lo cotidiano, los gestos de la rutina, todo aquello
que parece reconocible a primera vista se vuelve enigma y entonces
surge, con violencia subterránea, densa, la tragedia de los chicos
apropiados por la última dictadura. Una mancha más opera, en superficie,
como una reivindicación de la novela deductiva. Homenaje, si se quiere,
al primer Walsh, el cultor de la intriga cerebral. Pero también, y en
lo profundo, homenaje al Walsh posterior que, más acá, aplicó todo su
aprendizaje de la policial deductiva en la investigación de la violencia
política. Sin desatender este anclaje literario, Plante emplea con
inteligencia los recursos de la narración de suspenso y los instrumenta
en una lectura de lo social: la clase media, su hipocresía, el
autoritarismo y, en un subrayado de la historia, el robo de bebés, el
borramiento de una identidad.
Mientras empieza a indagar los entretelones de un doble crimen,
Julia, la heroína de Plante, se pregunta: “¿De dónde venían entonces los
valores, la ideología, las cosas por las que se muere, por las que se
vive? Fuentes misteriosas que sin embargo estaban ahí, que ciertamente
habían estado siempre. Los cromosomas quizás, vidas anteriores, antiguas
deudas que al fin se pagan, alguien amado que alguna vez nos señaló con
el dedo”. Buscando respuestas, Plante construye una novela oscura,
densa, que respeta las reglas de la novela deductiva (pistas, sospechas,
atar cabos, formular hipótesis, conjeturas, atención al detalle), todo
ese arsenal de mecanismos con los que se resuelve un crimen. Pero ¿qué
ocurre cuando ese crimen, por más que se pueda identificar un asesino,
ha sido instrumentado y legitimado por la complicidad civil? Plante no
hace bajada de línea. Pero sí formula preguntas que, mediante lo
detectivesco, refieren una tragedia que compromete al lector.Guillermo Saccomanno
[fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-4358-2011-07-31.html]
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