Entre manuales, cuadernos y cartucheras
repletas de lápices y marcadores, las mochilas de los alumnos de la escuela
primaria Esteban Echeverría y el jardín Héctor Prado, del Delta de San
Fernando, portan otros útiles tan necesarios e imprescindibles como los que
usan en el aula. Incluso, alrededor de ellos se teje todo un rito cotidiano que
acompaña el saludo a la bandera cada mañana de invierno. Al finalizar el
izamiento y la correspondiente canción patria de los buenos días, las maestras
retiran de cada una de las mochilas los tronquitos que cada chico aporta para
alimentar la salamandra del establecimiento, y así mantener su humanidad al
reparo del húmedo frío de las Islas. Elizabeth Stancanelli es testigo de esta
práctica desde hace siete años, el mismo tiempo que lleva apadrinando a los 43
pequeños de entre 2 y 12 que asisten a la institución asentada en el Paraje La
Barquita, a tres horas y media de lancha del continente.
"En verdad son mis 50
ahijados", corrige Stancanelli, que llegó hasta allí a través de la
Asociación Civil Padrinos y Alumnos de Escuelas Rurales (A.P.A.E.R). "Vi
un anuncio de la ONG en la tele y así empecé. Al comienzo nunca es sencillo, es
por eso que tuve que tener más fortaleza", recuerda. Elizabeth no se tiró
de un paracaídas en el Delta sino que la eligió porque es conocedora del
terreno: tiene una casa allí. "Conozco las problemáticas del isleño pero
necesité mucha ayuda para llevar adelante este proyecto. Me interesa ayudar en
un lugar donde el clima y las necesidades se combinan a veces de manera
extrema". Para cuando llegó la madrina a la escuela, se necesitaban
arreglos varios, ropa, alimento, y que la comunidad estuviese más unida. Entre
visita y visita, Elizabeth forjó un estrecho lazo no sólo con las autoridades y
los alumnos de la escuela, sino también con sus padres. "Las
familias al principio no me conocían y estaba como un poco sola, pero
con el tiempo lo fuimos revirtiendo, cada visita ayudaba a conocerlos y
que me conozcan, y a compartir con ellos y escucharlos", detalla.
Tanto es así, que esa devolución de
confianza le provocó redoblar la apuesta solidaria. "Decidimos hacer un
relevo mediante una planilla con información más precisa sobre las
necesidades de cada familia en particular. A partir de los datos que
recibí, hace tres años que envío cajas cerradas a cada hogar y no directo
a la escuela. Así, de esta forma, me comunico directamente con
la gente", dice quien recibe ayuda logística de su marido y
donaciones de amigos, familiares y clientes de su antigua parrilla ya que
actualmente trabaja junto a su marido como guía de pesca en el Río de La Plata.
En un repaso rápido Elizabeth enumera de memorias las necesidades actuales de
la su escuela ahijada: "Necesitamos un potabilizador de agua debido a que
se usan bidones de agua; alimentos no perecederos en especial leche entera.
Además: fideos, sopa, tomate, yerba, azúcar, caldo de verduras, polenta, arroz,
arvejas, cereales, harinas, te, mate cocido, galletitas, útiles escolares y
diccionarios pocket".
Lo
cierto es que, a pesar de las numerosas inclemencias climáticas que le tocaron
y, muchas veces, la soledad durante el itinerario; lejos de desalentar su deseo
de ayudar lo retroalimentaron. "Siempre recuerdo que lo que quiero es
llegar para estar en la escuela y compartir con los niños. Para mí
eso es lo importante. Me gusta pasar con ellos el 25 de Mayo y viajo
especialmente con medialunas para degustar entre todos", cuenta Elizabeth,
que luego de siete temporadas trabajando en la zona sensible del Municipio,
logró contactarse con la Comuna de San Fernando para articular el trabajo
social en el establecimiento de La Barquita. "Después de varios intentos
pude contactarme con la secretaría de Salud, y conseguimos que viajen pediatras
y psicopedagogas, y que cada familia sea relevada a nivel sanitario", se
enorgullece.
De
la mano de Stancanelli, A.P.A.E.R y las autoridades de la escuela y el
jardín, el espacio creció en recursos. Sin embargo, en el paraje educativo que
resiste entre las aguas del río La Barquita todavía hay mucho por hacer y
numerosas necesidades por cubrir. "Tenemos por proyectos arreglar el
muelle que está muy precario. Queremos pintar las aulas, el patio interno y los
baños de la primaria. Y ampliar las instalaciones del jardín tirando abajo una
pared y armando otra aula para sumar a la única que hay para todos los chicos
de distintas edades", enumera la madrina.
Los números de APAER (Asociación Civil
Padrinos y Escuelas Rurales) muestran un trabajo sostenido y sorprendente a lo
largo de sus 30 años de vida. Las estadísticas frías de un proyecto que abraza
el calor de la solidaridad hablan de 4.000 escuelas apadrinadas, de las cuales
3.600 son apadrinadas permanentemente por instituciones o personas ya sea vía
mail, carta y personalmente como el caso de Elizabeth Stancanelli. De hecho el
único establecimiento que se apadrina en el Delta es el que está bajo su
tutela.
APAER sigue buscando padrinos para más
de 300 escuelas en todo el país como así también busca empresas o particulares
que quieran becar a niños para que puedan terminar el ciclo primario. Esta ONG
ha sido reconocida y premiada por su labor tanto a nivel nacional como
internacional.
Aquellos que quieran apadrinar alguna escuela rural,
pueden contactarse con A.P.A.E.R entrando en la web: www.apaer.org.ar o bien
comunicándose al teléfono: padrinazgos@apaer.org.ar o bien al teléfono: 4788-3009.
Pablo Maradei
[Fuente: Revista Isleña]
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