Nació en
Martínez en 1921, residió en San Fernando desde los cuatro años y falleció en
Virreyes en 2003. Entre sus obras poéticas isleñas se cuentan Amistad en las islas. Primer libro de las
islas (1957), La cimbra. Segundo libro de las islas (1961), Rama Negra. Tercer libro de las islas (1971
y 1989) y la obra póstuma Sintaxis
del Ibicuy (2004), el cuarto
libro de la islas. La selección que presentamos corresponde a Rama Negra.
Las lanchas llevan todavía pegado
el turismo del domingo.
Son insectos flotantes
los huesos de la mecánica
sus hebillas.
Con los dos cuerpos y una sola carne
sembramos la memoria.
Una biología velocísima
nos teje con su chispa.
La primavera salta el horizonte
y cae en las islas.
Para no estar ni más acá ni más allá
tiene su taller en el durazno
vecino de tu boca.
Y nunca se va del todo
Pues ya ha dejado su poema
entre el río y las estrellas.
Las islas suben
por las varas del sudeste.
Las tres de la tarde
es un insecto pulposo y transparente
que anda por los ceibos.
Un momento de luz
gruesa y pesada.
Por la camisa
la transpiración.
El cielo corto y alto
entre ramas.
El agua tostada e inmóvil
una herida en la zanja caliente.
Desde el este
el sol regresa a las islas.
Flota en el fondo del agua
como un salvavidas sin hombre.
Estira desde adentro
la luz de las ciruelas
Golpea con sus banderas abstractas
en la mecánica del viento.
Mueve y arrastra las horas sin consideración
empujándolas contra las casas.
Salimos a pescar.
El bote sube y baja
en un balanceo antiguo.
Carnada roja
carnada blanca.
Las líneas se hunden
en el agua.
Vamos a buscar los bogas de vidrio
el patí de grises azaleas húmedas
y el pejerrey de pantalón listado.
La araña lustra su plato aéreo
su trampa mundial
su red de oxígeno.
Ha salido la niebla
como una tenaza intelectual.
Nos quedamos absortos
viendo atar sus cuerdas
en los puños del anochecer.
La luciérnaga que ha salido de tu pelo
y que toca la pluma del álamo
es un satélite.
El río se oculta y se aleja
por un instante apaga su protagonismo.
Las islas toman sus árboles
y los sacan de escena.
Detrás de nosotros
el Delta navega su silencio
con las geografías endurecidas.
Los hombres del mundo
desde el Rama Negra
miran el satélite.
Mil novecientos
sesenta y siete.
Está doblado hacia la muerte
hacia abajo
como un gran pescado podrido.
La piel con tábanos y moscas
los ojos sin dibujos ni colores
las manos lejanas.
El ahogado se llama López.
Tiene el tiempo coagulado en las piernas
una flor de camalote en la boca
y un hijo en San Fernando.
Hace un minuto apenas
Armstrong camina por la luna.
La tarde pasa entre los árboles
en un viaje abstracto.
Se inclina hacia la costa
bebe en los grillos y sigue.
El isleño entra y sale de ella
con la seguridad de lo muchas veces ensayado.
Pero la tarde no gira
ni vuelve ni contesta.
Solamente muestra su andar sin ruido
su pisada sin huellas.
La vieja madera de la mesa
cena con nosotros.
Oh estas islas de altos cortinajes
Los extensos aguajes comienzan en mi pecho
como una vocación.
Hasta ellos he llegado
desde el interior de los hombres.
Un actor que interpreta su sangre
en la aclamación de las mareas.
Las islas de cuellos húmedos
que cambian las alturas de la piel.
Cuando el sol se escapa de las lluvias
y deja sus pulseras en la hierba.
Ellas tienen sus asambleas y sus mantas
donde yo llamo con la poesía
esta gran ceguera de las palabras.
A veces desaparecen
es cuando solamente las ve el pecho.
Cuando se alimentan
y vuelven a la vida.
Los viajeros de anteojos oscuros
recorren sus orillas sin verlas.
Muchos hombres de distintos nacimientos
las han andado con pisadas ausentes.
Ellas espían desde sus mapas silenciosos
desde los envases del humus.
Pero mi poema las extrae y las muestra
mi poema que nunca retrocede.