Viernes
Cualquier cosa que hagamos, cualquier cosa que digamos, cualquier actividad a que nos dediquemos, navegamos y navegamos. Mientras escribo esto, también navegamos. Las caras son horripilantes, porque sonríen. Los movimientos dan miedo, porque están llenos de tranquilidad y de perfecta satisfacción.
Navegamos. El barco vibra, la máquina trabaja, detrás de la borda olas estrepitosas, salpicaduras y tobellinos, mientras nosotros navegamos hundiéndonos cada vez más en…, llegando a… ¡De nada servirán las palabras, porque mientras lo digo, navegamos!
Sábado
Navegamos. ¡Hemos navegado toda la noche y también ahora navegamos!
Domingo
Navegamos. Total impotencia ante el pathos, incapacidad de llegar a esta potencia que se produce en nosotros a través de un continuo crecimiento de la tensión y la tirantez. Nuestra normalidad, la más normal, explota como una bomba, como un trueno, pero fuera de nosotros. La explosión nos es inaccesible, a nosotros hechizados en la normalidad. Hace un momento he encontrado al paraguayo en la proa y he dicho, sí, he dicho, eso es, he dicho:
−¡Buenos días!
Él a su vez ha contestado, eso es, ha contestado, sí, ha contestado, Dios misericordioso, ha contestado (sin dejar de navegar):
−Hermoso tiempo.
(De Witold Gombrowicz, Diario 1953-1969, entrada correspondiente al Diario del Rio Paraná, de 1956, Barcelona, Seix Barral, 2005).
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