Jueves por la noche.
El agua anónima, inmensa. Navegamos.
El médico se burlaba de mí porque había perdido una partida de ajedrez con un chapucero. Dijo:
−Ha perdido usted por miedo.
Dije: −Podría haberle dado una torre de ventaja y ganarle.
Pero mis palabras y las suyas son como el silencio que precede a un grito. Navegamos hacia…, nos dirigimos a…, y ahora veo con claridad que las caras, las conversaciones, los movimientos están cargados de… Están fulminados. Paralizados en algo implacable que nos conduce hacia algo… Una tensión incalculable se esconde en el más pequeño movimiento. Navegamos. Pero esta locura, esta desesperación, este terror son inalcanzables, porque no los hay, y como no existen, existen, existen de una manera imposible de rechazar. Navegamos. Navegamos por un agua como de otro planeta, mientras la noche empieza a envolvernos por todas partes, y se va estrechando el campo de visión, y nosotros en él. Pero navegamos, y sin cesar crece entre nosotros… ¿qué?... ¿qué?... ¿qué?... Navegamos.
(De Witold Gombrowicz, Diario 1953-1969, entrada correspondiente al Diario del Rio Paraná, de 1956, Barcelona, Seix Barral, 2005).
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